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¡Qué cosas tenemos a lo mejor los hombres llamados formales! dijo . Pues mira: pequeñeces son y hasta tonterías parecen; pero tienen su encanto, y ¡qué demonios le queda de placentero a la vida si se le quitan esos recreos?... ¿No es así? Pues, canástoles, el que se riera de nosotros ahora, sería un grandísimo majadero.

Pensé mucho sobre éstas, al parecer, pequeñeces, que eran, sin embargo, piezas muy considerables del cimiento en que se apoyaba la armazón de mis hipótesis; y al fin tuve que resolverme por la afirmativa, aunque en su grado mínimo, cuando vi los esfuerzos que costó a la pobre disimular a medias el deplorable efecto que le causó la noticia.

Creo que antes de llegar de nuevo á Southampton hemos de vernos convertidos en arenques salados, á juzgar por la cantidad de agua que espero embarcar en cuanto ponga la proa á Inglaterra. ¿Y qué dice á ello mi señor? Abajo está, ayudando á su amigo á descifrar blasones. Lo único que me contesta es que no le hable de tales pequeñeces. ¡Pequeñeces! Pues ¿y Sir Oliver?

Siempre mi alma sintió la atracción de las alturas; siempre soñé con algo inmensamente grande. Mi espíritu veía con indiferencia las pequeñeces de nuestra vida corriente. Yo sólo podía amar á un gigante, y el gigante ha venido. ¿No le parece que un poder superior nos ha hecho el uno para el otro?... El Gentleman-Montaña sólo contestó á esta pregunta con un gesto ambiguo.

Unos han nacido para mandar y otros para servir; claro está que esta verdad no se puede decir en voz alta, pero se la practica sin muchas palabras. Y mire usted, el juego consiste en pequeñeces. Cuando usted quiera sujetar al pueblo, convénzale de que está sujeto; el primer día se va á reir, el segundo va á protestar; el tercero dudará y el cuarto estará convencido.

Me parecían muy bien, sólo que todos ellos se fundaban en una misma base: la serenidad y el buen pulso. ¡Como si estas pequeñeces se llevaran, en lances tan peliagudos, en el morral de las provisiones o en el cinto de la cartuchera! Acordábame yo entonces, de algo semejante que había visto en una piececita francesa muy graciosa.

Jacobo bajó en silencio la cabeza, pálido de ira, y se puso a estirar sus guantes sobre la mesa; comprendió que ese tergiversado criterio moral, que disfraza con pomposos nombres ruines defectos y vicios enormes, se lo rechazaban allí por falso; que la política romana llamaba al pan pan y al vino vino, al vicio vicio, a la infamia infamia, y a las pequeñeces monstruosidades, y convencióse, por ende, de que había errado el camino, tratando de justificar el pasado.

Es más difícil de lo que parece mostrar ingenio, discreción, tino y, sobre todo, arte en las trivialidades y pequeñeces que son el tema obligado a los comienzos de esas visitas «de cumplido» que todos hacemos, que hace todo el mundo. Es más fácil ganar una batalla campal que entrar a tiempo y bien entonado en esas insustanciales sinfonías de la comedia que va a representarse después.

En Europa, en lo general, una localidad de 5,000 habilantes es un átomo; y sinembargo, son muchas las ciudades de 25 á 30,000 vecinos que carecen de verdadera cultura. En Suiza, donde, á excepcion de las montañas, todo es pequeño, gracioso y esmerado, las pequeñeces valen mucho y los pormenores son todo.

Yo no soy cura cortesano, ni clérigo palaciego, ni he venido aquí para medrar de mala manera... ¡Señor Resmilla! ¡Francamente, señora Condesa! No sirvo para tales cosas. Hasta me arrepiento de lo que he hecho. Disponga Vd. de mi plaza de capellán para los que aceptan tales ofertas. Aquí todo es mezquino. Estoy de estas pequeñeces hasta por cima de los pelos.