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Amén de estos recreos al pormenor, y los que no se puntualizan aquí, porque no hay para qué puntualizarlos, la sociedad tenía otros en común, como ciertas algaradas de estruendo, ora en el Hipódromo en los días de carreras, ora en la del Prado y de la Castellana, disfrazados los socios de canes lanudos, y amontonados y latiendo en sus perreras, en las tardes de Carnaval.

En nuestros días, gracias á las carreteras, caminos y sendas que atraviesan nuestras campiñas en todas direcciones, la navegación seria sobre el arroyo es cosa casi desconocida; sólo se boga ya por el placer de remar y sentirse balanceado muellemente por las rizadas ondas. Para el hombre es este uno de los más agradables recreos físicos que pueda proporcionarse.

Era el portero, que se mostró familiar y confianzudo, como si desde la noche anterior se hubiese establecido entre los dos una firme amistad basada en un secreto. Le habló de las bellezas del país, aconsejándole diversas excursiones... Una sonrisa, una palabra animadora de Ferragut, y le habría propuesto inmediatamente otros recreos cuyo anuncio parecía voltear en torno de sus labios.

En casa, sin embargo, no le aguardaban grandes recreos: comer con su padre, besar a su hermanita, retozar con los criados en la cocina y salir a paseo en coche: y a cambio de estos gustos, contemplar todo el día el rostro de su madrastra que cada vez le parecía más aborrecible, y sufrir sus reprensiones y desdenes.

Celedonio era un monaguillo de mundo, entraba como amigo de confianza en las mejores casas de Vetusta, y si supiera que Bismarck tomaba un anteojo por un fusil, se le reiría en las narices. Uno de los recreos solitarios de don Fermín de Pas consistía en subir a las alturas. Era montañés, y por instinto buscaba las cumbres de los montes y los campanarios de las iglesias.

¡Qué cosas tenemos a lo mejor los hombres llamados formales! dijo . Pues mira: pequeñeces son y hasta tonterías parecen; pero tienen su encanto, y ¡qué demonios le queda de placentero a la vida si se le quitan esos recreos?... ¿No es así? Pues, canástoles, el que se riera de nosotros ahora, sería un grandísimo majadero.

Y ellos, aprovechando, como expertos y hábiles pastores, el carácter y condición de cada oveja, solían estimularlas por medio de acertados manejos, ora halagando su amor propio, ora mortificándolo unas veces con celos, otras con saludable frialdad, otras con alguna lisonja adecuada. Ni faltaban tampoco en aquella exquisita sociedad algunos honestos recreos.

Poco después aquella sociedad bulliciosa volvía con ansia a los recreos inocentes. No faltaron los brindis ni las improvisaciones poéticas, ni el joven que canta a la guitarra con poca afinación y mucha gracia unas coplitas picantes, ni la niña de seis u ocho años que en esta clase de solemnidades recita siempre, comiéndose la mitad de las sílabas, un monólogo de comedia.

Al pronto se atribuyó este cambio de carácter a la circunstancia de haberse muerto una hermana a la cual quería acendradamente, y que le legaba, para que velase por ella, una hija de la edad de Magdalena, su mejor amiga, y su inseparable compañera de estudios y de recreos.

Educado en el retiro de su casa solariega, que tenía aspecto claustral, sin trato de mujeres, sin vicios, sin los recreos siquiera propios de su edad, la primera mujer que le reveló el amor fué la hija del guarda de consumos. La amó en seguida con la pasión tumultuosa de los diez y ocho años y de una naturaleza exuberante. Sin temor á las hablillas, sin vergüenza de confesar su amor, acudía á su reja todas las noches y se pasaba pegado á ella largas horas pelando la pava. De quien únicamente se guardaba era de su madre.