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Desenvuelve en primer lugar los principios de justicia en que se funda, pinta con vivos colores las fatales consecuencias que resultarian de semejante paso, retrata á los hombres desalmados, burlándose de toda otra pena que no sea el último suplicio, recuerda las obligaciones de la sociedad en la proteccion del débil y del inocente, refiere algunos casos desastrosos en que resaltan la crueldad del malvado y los padecimientos de la víctima; el corazon del jóven ya experimenta impresiones nuevas; una santa indignacion levanta su pecho, el celo de la justicia le inflama; su alma sensible se identifica y eleva con la del magistrado; se enorgullece de saber dominar los sentimientos de injusta compasion, de sacrificarlos en las aras de los grandes intereses de la humanidad; é imaginándose ya sentado en un tribunal revestido con la toga de un magistrado, parece que el corazon le dice: «, tambien sabrias ser justo; tambien sabrias vencerte á mismo; tambien sabrias, si necesario fuese, obedecer á los impulsos de tu conciencia, y con la mano en el corazon, y la vista en Dios, pronunciar la sentencia fatal en obsequio de la justicia

LEONOR. Es preciso; ya no hay en el universo nada que me haga apreciar esta vida que aborrezco. Aquí de Dios en las aras, no veré, amiga, a lo menos, a esos tiranos impíos que causa de mi mal fueron. JIMENA. Ni una esperanza... LEONOR. Ninguna; él murió ya. JIMENA. Tal vez luego se borrará de tu mente ese recuerdo funesto. El mal, como la ventura, todo pasa con el tiempo.

Aun hoy, á pesar del contacto con las naciones occidentales que tienen ideales distintos del suyo, vemos al Malayo filipino sacrificar todo, libertad, comodidad, bienestar, nombre en aras de una aspiración, ó de una vanidad, ya sea religiosa, ya científica ó de otro carácter cualquiera, pero á la menor palabra que lastime su amor propio olvida todos sus sacrificios, el trabajo empleado y guarda en su memoria y nunca olvida la ofensa que creyó recibir.

Pensó después encontrar algún hombre generoso, dispuesto a sacrificar su vida en aras de la ciencia. Lo buscó con afán; pero no fue posible hallarlo.

Las actrices más famosas y las damas más conspicuas, niveladas por el mismo sentimiento compasivo, habían hecho en ella prodigios de caridad, sacrificando, en aras de los pobres, los quilates más o menos subidos de sus respectivas vergüenzas.

MANRIQUE. ¡Esto aguardaba yo! ¡Cuando creía que más que nunca enamorada y tierna me esperabas ansiosa, así te encuentro, sorda a mi ruego y a mis halagos fría! ¿Y tiemblas, di, de abandonar las aras donde tu puro afecto y tu hermosura sacrificaste a Dios...? ¡Pues qué! ... ¿No fueras antes conmigo que con Dios perjura? ; en una noche... LEONOR. ¡Por piedad! MANRIQUE. ¿Te acuerdas?

Sus aras, pues solia en cada una haber varios altares desde que se introdujo la costumbre de abrir nuevos ábsides en el muro de levante del crucero, eran de piedra, y estaban cubiertas con telas blancas de lienzo, y por delante con frontales de variedad de colores y tejidos. Ardía en ellas la cera no solo durante los divinos oficios, sino tambien de noche y á puertas cerradas.

Esto era lo que esperaba la taimada condesa; con su sonrisa de colegiala, apretaba a unos la mano en silencio, repetía a otros la relación del atropello, y elevaba los ojos al cielo con aire de víctima resignada que se inmola, abrazada a sus hijos, en aras de la proscrita dinastía. ¿Qué sería de ellos? ¡Pobres hijos suyos!... ¡Y Fernandito, tan afectado, tan nervioso, postrado en cama e inspirando su salud serios cuidados!

Su existencia tenía un fin doble, y así lo comprendía él: ser obrero de su propia fortuna y sostén de sus padres. Pero estas ideas no despertaban en su ánimo temor de lucha ni necesidad de abnegación. Llegar a ser algo, le parecía cosa natural. ¿No llegaban otros? Propósito de desinterés en aras de su familia, nunca lo hizo su pensamiento.

Pero ¡ay! de , apartado y errante por el mundo, Hijo desheredado de tu cariño inmenso, De la estranjera playa te quemo el puro incienso Que á tan solo, oh madre! me es dado tributar. No solo en llanto estéril he de inundar la tierra: Mis vacilantes manos arrimaré á tus aras; Si derrumbadas bajan.... entre reliquias caras Feliz si entre su polvo, me puedo sepultar!