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Allí le dejaba, y Octavio caminaba solo por la carretera hasta llegar á la villa. El trayecto era breve, como ya sabemos. Nuestro joven, emboscado en un laberinto de pensamientos vagos y risueños, lo convertía en brevísimo. Á tales horas poca gente se hallaba en el camino.

Do el viento riza las calladas olas Que con blando murmullo en la ribera Se deslizan veloces por solas... que dice Alaejos, exhalaba á lo lejos ténues vapores que la luz de la luna, ahora en todo su lleno, convertía poco á poco en gasa trasparente y misteriosa...

Algunas veces se extrañaba de ver que su despecho se convertía en amor, sorprendiéndose de suspirar sin testigos y con la mejor buena fe del mundo. El recuerdo de tres años pasados con el conde producía en su corazón una sensación mezcla de dolor y de placer.

Hablaba de repente, llamas de amor místico subían de su corazón a su cerebro, y el púlpito se convertía en un pebetero de poesía religiosa cuyos perfumes inundaban el templo, penetraban en las almas. Sin pensar en ello, Fortunato poseía el arte supremo del escalofrío; , los sentía el auditorio al oír aquella palabra de unción elocuente y santa.

La señora de los perros y la peluca roja pasaba con más frecuencia, acortando sus vueltas por el square para saludarlos con una sonrisa de complicidad. El lector de periódicos contaba ahora con un vecino de banco para hablar de las posibilidades de la guerra. El jardín se convertía en una calle.

Miguel Fedor, al firmar la escritura de venta, creyó que abdicaba de todo su pasado. El prestigio novelesco de su existencia iba á desvanecerse; el palacio de las Mil y una noches se convertía en un hospital... ¡Qué mundo! Los millones ingleses le proporcionaron un año de tranquilidad.

De día, por lo menos, adonde quiera que volviese los ojos, veía algo que le hablaba de ella, y volvió a verla como tantas veces la había visto, bañada por los últimos reflejos del sol, contemplando inmóvil el mudo espectáculo de la puesta del sol; y contenía la respiración y el paso, como antes en presencia del cuerpo viviente, temeroso de verla desvanecerse, de perderla. ¡Y había desaparecido, se había desvanecido, la había perdido! ¡Cuántas veces le había oprimido el corazón ese sentimiento de pavor! ¿Era aquel un ser hecho para la vida terrenal? ¡Cuántas veces la había oído decir, hablando de lo futuro, de lo que debía hacer tal día: «¡ estaré todavía en el mundo!...» Y Vérod se detuvo sin poder ver nada más, los ojos cargados por el llanto, y su dolor era tan agudo e inefable, que casi se convertía en una mortal voluptuosidad.

¡Ese que es feliz! murmuró Plácido suspirando y mirando hácia el grupo que se convertía en vaporosas siluetas donde se distinguían muy bien los brazos de Juanito que subían y bajaban como aspas de un molino. ¡Solo sirve para eso! murmuraba á su vez Simoun; ¡buena está la juventud! ¿A quién aludían Plácido y Simoun?

Pero ninguno de estos accidentes me confundió tanto como la transformación de su voz, que adquirió cierta sonora gravedad bien distinta de aquel travieso y alegre chillido con que me llamaba antes, trastornándome el juicio, y obligándome a olvidar mis quehaceres, para acudir al juego. El capullo se convertía en rosa y la crisálida en.

Además, en esta masa de combatientes había tiradores marroquíes, negros y asiáticos, que parecían crecerse lejos de las ciudades, adquiriendo á campo raso una superioridad que los convertía en maestros de los civilizados. Junto á los arroyos aleteaban ropas blancas puestas á secar.