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Decían los marineros que era grande su saber para un mozo de veinticuatro años. El sol, lo veía él siempre salir sobre cubierta. Iba alegre en el barco, como aquel que va a ver maravillas. Pero desde que llegó, empezó a hablar poco. La tierra, , era muy hermosa, y se vivía como en una flor: ¡pero aquellos conquistadores asesinos debían de venir del infierno, no de España!

Gayangos esplica en la propia nota, alegando la autoridad de Idrisi, que la copia de Córdoba se denominaba Othmaní, no porque Othman la hubiese escrito, sino porque en ella se contenian cuatro hojas del Koran con que el Califa habia intentado escudar su pecho contra el puñal de sus asesinos.

Por encima de todo, como sentimiento más vivo, asomaba el odio profundo contra el miserable capellán y un deseo irresistible de vengarme de él a toda costa. ¡Quién sabe los proyectos asesinos que en un instante cruzaron por mi imaginación!

»La ausencia de Carlos prosiguió la Condesa, su desaparición misteriosa e imprevista nos habían anonadado. ¿Habría sido víctima de alguna traición? ¿Nuestros proyectos habían sido descubiertos? ¿Su rival, celoso, había pagado asesinos que le matasen? ¿La venganza y el poder del duque de Arcos, le habían privado de su libertad y le habían recluido en alguna prisión de Estado?

¡Usted no lo cree porque no sabe, porque no la ha conocido!... Usted tiene necesidad de tocar con las manos para creer; pero yo estoy seguro de que aquí se ha cometido hoy un infame delito. Y me comprometo confundir a los asesinos, a vengar a la muerta. Deber de usted es no creer nada por ahora; de averiguar, de ayudarme a buscar las pruebas que hacen falta. ¡Ellas existen, y yo las encontraré!

En tanto los asesinos se difundieron por los inmensos claustros del vasto edificio. Oíanse pasos precipitados y ayes lastimeros en lo alto violentos golpes de puertas que se cerraban. Era jueves, y los colegiales externos estaban en sus casas. Muchos jovenzuelos internos fueron acometidos.

Sépalo el brillante Alejandro Dumas. Hubo tiempo en que los vasallos se confesaban para caminar; tiempo en que los bandoleros y asesinos empedraban el bosque de Bolonia, si el gran novelista me permite la palabra empedrar.

Afortunadamente, ignoraba que era él quien había favorecido con su ayuda á los asesinos de su hijo... Y la convicción de que nunca llegaría á saberlo le hacía admitir sus palabras con una humildad silenciosa: la humildad del criminal que se oye acusar de un delito por un juez que ignora otros atentados todavía mayores. Cinta terminó de hablar con un tono desalentado y sombrío.

Lo cual no impidió que ambos llegásemos sonrientes a las puertas de Tarlein, donde me entregaron una carta llevada para , según dijeron los sirvientes, por un joven desconocido. Abrí el sobre y leí: «Juan se encarga de llevar estas líneas a su destino. Soy la que le envió a usted otro aviso en ocasión anterior. ¡Hoy le pido en nombre de Dios, que me libre de esta guarida de asesinos! A. de M.»

Suponian era efectiva la mina, construida por el corregidor desde su casa al cuartel: formaron autos, cuyos testigos fueron los mismos asesinos y algunos muchachos, á quienes de propia autoridad dispensaba las edades el Justicia Mayor, D. Jacinto Rodriguez, haciéndoles firmar declaraciones, que con anticipacion tenia hechas por direccion de los abogados Caro y Megia.