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Febrer vio salir a unas mujeres vestidas de negro, tétrico grupo de tapadas, que apenas enseñaban a través de la abertura del manto su nariz enrojecida por el sol y un ojo de brasa velado por las lágrimas. Iban cubiertas con el abrigais, chal de invierno, envoltura tradicional de gruesa lana, cuya vista producía una sensación de tormento y asfixia en aquella mañana bochornosa de verano.

Siguió el paso gracioso de las tapadas de negro manto, que le hicieron recordar á su tío el médico. En las noches de remolienda apartaba su vista muchas veces de los beldades morenas y jóvenes que danzaban la zamacueca en medio del salón. Le interesaban las matronas envueltas en velos de luto que hacían sonar el piano y el arpa, acompañando la danza con cánticos suspirantes.

Mediante la luminosa ayuda del fuego que chisporroteaba ya, pudimos ver un paño de pared empapelado con periódicos ilustrados, dispuestos con sumo arte y femenina discreción. El improvisado mueblaje estaba compuesto con envases de velas y cajas de embalaje, tapadas con calicó de alegre color, o con pieles de geneta.

Alguna quisquilla debió tener su excelencia con las limeñas cuando en dos ocasiones promulgó bando contra las tapadas; las que, forzoso es decirlo, hicieron con ellos papillotas y tirabuzones. Legislar contra las mujeres ha sido y será siempre sermón perdido. Volvamos a la virreina, que dejamos moribunda en el lecho.

No, no; es blanca. ¿Cómo, pues, sabéis su color si iba tapada? Una mano... ¡Ah! es verdad, las tapadas que tienen buenas manos no las tapan. Pues no es la condesa de Lemos dijo para Quevedo. Era alta, gallarda, muy dama, muy discreta, joven, andar majestuoso... No conozco dama que tenga más majestad en palacio que la reina.

En la citada comedia saca á escena Lope los tipos más característicos que entonces frecuentaban el Arenal, y así se ven desfilar por el teatro, tapadas, soldados, mozos de galeras, arraeces, bravos, comerciantes, aguadores, ladrones, criados y forasteros, pudiendo considerarse esta obra del Fénix de los ingenios, á más de su mérito indiscutible, como un cuadro de costumbres sevillanas de su tiempo.

Las indias andan tapadas de la cintura á la rodilla, y por no haber querido oir nuestras pláticas, pasamos á otra nacion llamada Sococies, que nos recibieron de paz, y estaba 90 leguas de los Guajarapos. Cada uno de estos Sococies vive en propia y particular casa, con su muger é hijos. Los indios traen una bolilla de palo pendiente de las orejas.

Esa risa surge siempre de los mismos resortes: la miseria grotesca, los piojos, el bacín barnizado que tiene el hidalgo por todo mueble, las tretas del hambre para quitarle al compañero la provisión de mendrugos; las mañas para cazar bolsas de aquellas damas tapadas que ejercían la prostitución en los templos y sirvieron de modelo a nuestros poetas del siglo de oro para pintarnos un mundo mentiroso del honor: la mujer esclava, entre rejas y celos, más deshonesta y viciosa que la hembra moderna con toda su libertad.... La tristeza española es obra de sus reyes, de aquellos sombríos enfermos que soñaban con apoderarse del mundo, mientras su pueblo perecía de hambre.

Damas mal tapadas con un kimono, señores en pijama, se deslizaban por el pasillo discretamente sobre la suavidad silenciosa de sus pantuflas, todos en la misma dirección, lanzando una ojeada de cólera hacia la puerta luminosa que sorprendía el secreto de sus miserias corporales. Por fin tuvo que cerrar la puerta. Abrió un libro, y le fué imposible leer dos párrafos seguidos.

Adriana vio como en sueños aquella casa antigua, el patio con sus baldosas blancas y negras, la grande y tupida magnolia, en cuya cima asomaban, medio tapadas por las hojas, enormes rosas blancas. Y recordó también las hermosas diamelas, su aroma embriagante cuando todas las plantas del patio florecían y sus hinchados pétalos, próximos a marchitarse, tomaban un color avinado...