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Lubimoff fué avanzando, sin encontrar á nadie, y se le ocurrió que el hortelano debía ser un hombre acompañado por un perro con los que se había cruzado en la entrada de la avenida. Subió los cuatro peldaños de la casa. También aquí la puerta estaba entreabierta, y empujándola se vió en un recibimiento del que arrancaba la escalera para los pisos superiores. Nadie.

Cuando quiso cerrar, no pudo. Una rodilla de Fernando, un codo, se apoyaban en la madera empujándola contra Mina, que oponía el obstáculo de todo su cuerpo. Y en esta situación, pugnando él por abrir y ella por cerrar, hablaron los dos en voz queda, temblona, cortada por estremecimientos de fiebre, como si estuviesen concertando algo penable en el obscuro misterio de este pasadizo a flor de agua.

Acometíale a veces el torcido propósito de salirse de aquel aposento y entrarse en el de doña Guiomar, y abandonando a Margarita, prometerse a doña Guiomar, empujándola con el encanto de la palabra y la fuerza del amor y de las lágrimas, a que a sus amores cediese, y en ellos se perdiese y enloqueciese, y su esposa fuese; que ampararse podía a Margarita y hacerla rica, y por la pingüe dote encontrarla marido.

Un mozo despechugado, con gorrilla y dos pinceles de pelo sobre las orejas, era el que comunicaba su inteligencia a la fiera, empujándola cuando los «estudiantes» se ponían enfrente con el capote en la mano. En mitad del solar, un señor viejo y rechoncho, de ancha corpulencia, la tez arrebolada y el bigote blanco y recio, manteníase en mangas de camisa empuñando unas banderillas.

¿Por qué me llamáis hospiciana? exclamó la inocente pugnando para no llorar. Lo voy a decir a mi madrina. ¡Alza; corre a decírselo! replicó Concha empujándola a la puerta. Desde entonces no se le dio otro nombre entre la servidumbre. Amalia prohibió que la llevasen por la noche al salón. El conde, que ya no veía a su hija mas que este momento, pidió explicaciones.

Estas lecturas causaron profundísima impresión en el ánimo ardiente y exaltado de nuestra joven, empujándola más y más por el camino de la devoción.

Señor gobernador de la provincia, a mi vuelta, reclamo esas ofrecidas botellas de Pedro Jiménez.... ¡No se haga usted el olvidadizo! Lucía, hay que subirse: el tren andará en seguida, y las señoras no pueden.... Y con ademán cortés y discreto ayudó a subir a la novia, empujándola levemente por el talle. Después saltó él, sin casi apoyarse en el estribo, arrojando antes el puro a medio fumar.

Al poco rato del feliz estreno, se apareció un individuo de la ronda secreta que, empujándola con mal modo, le dijo: «Ea, buena mujer, eche usted a andar para adelante... Y vivo, vivo... ¿Qué dice?... Que se calle y ande... ¿Pero a dónde me lleva? Cállese usted, que le tiene más cuenta... ¡Hala! a San Bernardino. ¿Pero qué mal hago yo... señor?

Tiene razón Ventura, Huesitos dijo Gonzalo cogiendo a su cuñada por los hombros y sacudiéndola cariñosamente. Esto no es nada; lo ha tenido cien veces. ¿Por qué te has de privar de ir al baile?... Ea, ea, a tomar el abrigo. Ramón ya ha enganchado. Son más de las nueve y media añadió empujándola hacia la puerta. Cecilia no pudo resistirse.

Dicho esto, la coja le ponía suavemente la mano en la espalda, empujándola hacia adelante. En el patio tuvo que cogerla por un brazo, porque quería subir de nuevo. «Si no te hacen caso, estúpida le dijo , si no eres la que hablas sino el demonio que te anda dentro de la boca. Cállate ya por amor de Dios y no marees más».