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¡Oh, siempre estás con esa tonadilla!... Me parece que te haces la modesta para que te regalen el oído... Demasiado sabemos todos que puedes brillar como la primera... Tienes unos ojos como no hay otros... eres esbelta, elegante, distinguida; ¿quiere usted más, mademoiselle Huesitos?... Lo que hay, señorita, es que usted tiene más de aquí que de aquí...

Al despertar, veía frente a el rostro pálido y dulce de su cuñada, con los ojos muy abiertos, mirando con fijeza al vacío. ¿En qué piensas, Huesitos? le preguntaba restregando los suyos. La joven salía de su éxtasis estremeciéndose, y sonreía bondadosamente. No lo yo misma... En nada. ¿No tienes algún quebradero de cabeza? le dijo una noche levantándose y cogiéndola afectuosamente la barba.

Este se había, reído: Calla, Huesitos, calla así la llamaba familiarmente. ¡Ten cuidado no me obligues a llevarte a ti también! Y así que llegaron, como marido y mujer comenzaron a vagar por el gran prado, deteniéndose a cada instante para saludar a los amigos con quien tropezaban.

Gonzalo, mal prevenido contra el egregio huésped, se había llegado a cansar de aquel monólogo de pintura, y cambiaba frases por lo bajo con su cuñada, embromándola, como de costumbre, con lo poco que comía: Vamos, Huesitos, otra chuleta, no te vergüenza porque este señor esté delante. Ya le hemos dicho que no se sorprendiera de verte comer tanto.