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EL JEFE. ¿Y crees que no temo, como , la cólera de la Virgen al tocar unas mercancías que ¡por Santiago! huelen más a azufre que a cera? EL JEFE. ¡Cállate, impío! EL FILÓSOFO. Después de todo, no son los exorcismos del reverendo los que le quitarán el olor, si es que lo tienen; a que me den las mercancías endiabladas, si son más baratas, y yo hago mi negocio; porque soy de opinión...

La santurrona les está embaucando con las fantasmagorías del asilo que va a edificar... Cuidado, mucho cuidado con los timos. Antes de que ponga la primera piedra, nos llevará a todos a San Bernardino. Cállate, que ya saben todos lo avariento que eres. Si no te pido nada, roñoso, cicatero.

¡Cállate, bobo! gritó al fin desesperado el joven que quería salir del apuro trasformándolo en querella. ¡A ver, Juanito, si me resuelves la cuestion! preguntó entonces el catedrático á Pelaez. Pelaez, que era uno de sus favoritos, se levantó lentamente no sin dar antes un codazo á Plácido Penitente, que era el que le seguía por orden de lista. El codazo quería decir: ¡Atencion y apúntame!

Cuando se aliviaba de su mal no dejaba nunca de decir a Ramón: Esto no ha sido nada. Cállate y no digas a nadie que he estado enfermo. Bien está, mi amo; contestaba el criado. Así las cosas, en una mañana, que era la del día décimo después de la partida de D. Jaime, el Padre Enrique tuvo un ataque más fuerte que los anteriores.

Si ella supiese algo, yo la perdería para siempre. No tendría más esa confianza, ese abandono, que tiene cuando me habla; nuestras relaciones se harían tirantes, cesarían probablemente... ¡Jaime, te ruego, puesto que me has arrancado esta confidencia, que guardes el secreto! Te lo prometo. Pero ¿no sería mejor que yo hablase? ¡Me perderías! ¡No, no! cállate, ¡por favor!

¿Al parar también? preguntó en tono de burla el conde de Onís. , señor, y a las siete y media. ¡Vaya! ¡vaya! exclamó aquél distraídamente, abriendo el abanico de cartas y examinándolo atentamente. Y siguieron jugando con empeño, absortos y silenciosos. El mayordomo les interrumpió de nuevo, diciendo: Y al julepe. ¡Bueno, Manín, cállate!... No seas majadero exclamó ásperamente D. Pedro.

¡No, no quiero callarme! ¡No puedo!... ¡Le amo, soy suya! ¡Cállese! la ordené una vez más. ¡No, no quiero callarme! ¡Le amo, y a ti te odio y te desprecio! ¡ me has hecho tanto mal, que tengo derecho de desquitarme por fin! ¡Nadie puede condenarme!... ¡Cállate!... la intimé por tercera vez. ¡No, no puedo callarme! Aunque me condenen, ¿qué me importa?

Ahí tienes un tiro que no yerra nunca. ¿Quieres más señas? Cuando Aurora sale de su obrador, él la espera en la calle de Santo Tomás y van juntos hacia el Ave-María. Los domingos, Aurora dice en su casa que va al obrador, y a donde va es a... Cállate; te digo que te calles gritó Fortunata retorciéndose los brazos . Eres un mentiroso, un calumniador.

Cállate la boca, bobón, y no me denuncies, que te traerá peor cuenta... No siguió este diálogo, que prometía dar mucho juego, porque del salón llamaron a Moreno con enérgica insistencia. Oíase desde el gabinete rumor de un hablar vivo, y la mezclada agitación de varias voces, entre las cuales se distinguían claramente las de Juan, Villalonga y Zalamero, que acababan de entrar.

¡Por Dios, Tere! exclamó la morena. ¡Cállate ! Ahora verá usted, Rodolfo: le dijimos que tocara, y tocó la «Sonámbula» de Talberg. ¡Jesús nos asista! ¡Qué «Sonámbula»! No, hija, no; no digas eso.... Ella toca sin expresión, sin compás... pero en cuanto a ejecutar... ¡ejecuta mucho! Ya quisieran muchos, de esos que se llaman profesores, ejecutar como Gabriela.