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Lo que mas nos llamaba la atencion era su singular tocado de hermosos moños medio cubiertos por cofias negras con encajes, moños trenzados con cintas blancas y prendidos con enormes placas de oro y plata imitando aletas y escamas, adorno que no carece de analogía con el que despues vímos en el tocado de las paisanas de Holanda, sobre todo del lado de Rotterdam. ¿Se me dirá que estos pormenores carecen de interes?

Y así aconseja que se armonicen, usando las morenas castañuelas blancas, y las rubias que empleen las de palosanto, ébano y otras maderas oscuras. Por último habla de la correspondencia que debe existir entre las cintas de las castañuelas y las de los zapatos, cofias y redecillas. Al señor licenciado no se le olvida nada que signifique armonía y gracia plástica.

Todas tenian cabelleras abundantes de un rubio color de oro, atadas por fuera de las cofias formando enormes roscas, ó pendientes sobre las espaldas en espesas trenzas con grandes lazos de cintas negras. Si el mayor número de las paisanas no llevaban en la cabeza sino sus grandes cofias negras con anchos encajes de punto, muchas tenian coronas de enormes rosas artificiales.

Fuimos allá, lo que nos habia cautivado el ánimo era una coleccion de manguitos, camisolines, chambras y cofias. Pero uno de los anuncios en que más me he fijado, acaso por su exterioridad relumbrona, por su oratoria esencialmente francesa, es uno que hemos visto en la encrucijada que forman la calle Vivienne y las Hijas de Santo Tomás, en uno de los ángulos de la plaza de la Bolsa.

Era necesario ver la multitud que se apretujaba bajo los pórticos de la iglesia, las jóvenes con su corpiño escarlata bordado de azul y con sus cofias, las viejas con sus capas que las tapaban por completo, los hombres con sus birretes negros, de los que se escapaban largos cabellos que caían hasta su ancho cinturón de cuero, del que pendía un largo cuchillo.

Mucho pido, y no soy digna de merced tan señalada: los pies quisiera traerte, que a una humilde esto le basta. ¡Oh, qué de cofias te diera, qué de escarpines de plata, qué de calzas de damasco, qué de herreruelos de holanda! ¡Qué de finísimas perlas, cada cual como una agalla, que, a no tener compañeras, Las solas fueran llamadas!

Ventura operó una revolución, vistiéndose desde por la mañana con trajes nuevos y adecuados a aquella hora. No se la sorprendía jamás, ni aun en el retiro de su gabinete, sin todos los adminículos y adornos propios de la ocasión. Sus batas de seda de color siempre apagado, sus cofias de encaje nunca vistas hasta entonces, sus babuchas de terciopelo, eran el pasmo de la población.

Los jóvenes se habían quitado las blusas; las mozas habían cambiado sus cofias y remangádose los delantales; todos conservaban puestos los zuecos los bots que dicen ellos sin duda para procurarse más aplomo y marcar mejor el compás de los saltos de la burda pantomima llamada la bourrée.

Así que estaba llena la subía sobre la cabeza a uno de los cuartos de arriba, donde con todo esmero y arte colocaba las camisas, las chambras, cofias y peinadores sobre unos mostradores hechos al intento: las cubría delicadamente con un lienzo, y luego se salía cerrando la puerta y guardando la llave en el bolsillo.