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Aunque no vestía el hábito monástico, su ropilla, calzas y gruesas medias eran de obscuro color, cual convenía á un morador de aquella santa casa.

La mañana venida, levántamenos, y comienza a limpiar y sacudir sus calzas y jubón y sayo y capa. ¡Y yo que le servía de pelillo! Y vístese muy a su placer de espacio.

Las medias calzas de seda aun no eran medias, porque no llegaban más de cuatro dedos más abajo de la rodilla, los cuales cuatro dedos cubría una bota justa sobre la media colorada que yo traía. El cuello estaba todo abierto de puro roto; pusiéronmele, y dijeron: -El cuello está trabajoso por detrás y por los lados.

Yo iba caballero en el rucio de la Mancha, y bien deseoso de no topar nadie, cuando desde lejos vi venir un hidalgo de portante, con su capa puesta, espada ceñida, calzas atacadas y botas, y al parecer bien puesto, el cuello abierto más de roto que de molde, el sombrero de lado. Sospeché que era algún caballero que dejaba atrás su coche; y ansí, emparejando le saludé.

Pues bien dijo el rey soslayándose en el sillón y buscando en uno de los bolsillos de sus calzas , cuando el padre Aliaga salió, me encontré sobre mi mesa esta carta cerrada, puesta á la vista y que, como veis, dice en su sobrescrito: «A su majestad el rey de España». La duquesa miró el sobrescrito y continuó callando.

Luego, después de haber quitado a su amo las calzas, balbuceó con cautelosa humildad: Vuesa merced recordará que los ginoveses, según me ha dicho, ofrecieron veinte ducados por los retratos de sus mayores. Ramiro estaba ya metido en el lecho, y, hurtando su rostro a la luz para dormirse, repuso como entre dientes: Dáselos, dáselos, Pablillos; pero que entiendan...

Eran mozos y viejos con el rostro encuadrado por las carrilleras metálicas del casco, un sayo color de vino, las piernas enfundadas en calzas de algodón que imitaban el rosa de la carne femenil, y altas sandalias. Al cinto llevaban la espada romana, y para imitar a los soldados modernos, colgaban de un hombro, a guisa de portafusil, el cordón que sostenía sus lanzas.

En las naos del retablo de San Nicolás de Burgos, labrado á fines del siglo XV, están patentes. Don Antonio de Guevara nombra calzas marineras á las más fuertes, que se recomendaban para embarco.

Quitádose que hubo esta vestimenta, tuve que prestarle mi buen jubón y calzas de paño para que no le viese algún caminante en ropas menores y aun me pidió el grueso par de medias que yo llevaba para preservarse, dijo, del airecillo algo frío, mientras rezaba yo mis oraciones.

Entró al espulgadero y volvió una tablilla como las que ponen en las sacristías, que decía: «Espulgador hay», porque no entrase otro. Grandes gracias di a Dios viendo cuánto dio a los hombres en darles industria, ya que les quitase riquezas. -Yo -dijo mi buen amigo- vengo del camino con mal de calzas, y así me habré menester recoger a remendar.