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Quitádose que hubo esta vestimenta, tuve que prestarle mi buen jubón y calzas de paño para que no le viese algún caminante en ropas menores y aun me pidió el grueso par de medias que yo llevaba para preservarse, dijo, del airecillo algo frío, mientras rezaba yo mis oraciones.

Por aquella época, la ilustre viuda empezaba a declinar ostensiblemente en su porte y en la limpieza y compostura de su vestimenta, si bien no había llegado, ni con mucho, al lastimoso extremo de abandono en que la hemos conocido más tarde. Los niños entraron del colegio, y Rosalía fue a darles la merienda.

Por cierto que los preparativos de su vestimenta, y los pasos que tuvo que dar para procurarse las prendas características, le robaron tanto tiempo día y noche, que faltó semanas enteras a la oficina, y de aquí le vino la primera cesantía, y con la cesantía sus primeros atrasos.

Aunque pudiera la provincia de Caupolican dar incremento á la cultura de su coca, sin llegar por esto y en esto, sea dicho de paso, á competir jamas con las provincias de Yungas y de Muñecas; aunque seria posible fomentar en ella el cultivo del arroz, del café, del maiz y del tabaco, así como ocuparse en el laboreo de las minas de oro que abundan en las montañas, sacando de ellas los especuladores no pocas ventajas; aunque seria dable utilizar tambien el algodon, aplicándolo á la industria fabril para surtir á sus habitantes de géneros de vestimenta, creo que estos ramos comerciales é industriales deben ser de un órden secundario en esta provincia.

Pero así y todo, le querían en su casa; tanto, que no había cumplido cuatro años cuando la tía Carpa le metió, de medio cuerpo abajo, en una pernera de los calzones viejos de su padre, dádiva que, añadida á una camisa que, también de desecho, le regaló su padrino el tío Rebenque, llegó á formar un traje de lo más vistoso, y á ser la envidia de sus pequeños camaradas, condenados á arrastrar su desnuda piel por los suelos, mientras su industria no les proporcionase más lujosa vestimenta.

Siempre que iba a la viña se presentaba con un sacerdote de distinta clase, adivinando por esto el capataz cuáles eran sus favoritos del momento. Unas veces eran frailes con vestimenta blanca y negra, otras pardos o de color de castaña: hasta los había llevado de luengas barbas, que venían de lejanos países y apenas si chapurreaban el español.

Haciendo zapatos empezó a ser rico; acrecentó luego su riqueza, dando dinero a premio, aunque por ser hombre concienzudo, temeroso de Dios y muy caritativo, nunca llevó más de 10 por 100 al año; después, fundó y abrió una tienda o bazar, donde se vendía cuanto hay que vender: azúcar, café, judías, bacalao, barajas, devocionarios, libros para los niños de la escuela, y toda clase de tejidos y de adornos para la vestimenta de hombres y mujeres.

De todos modos, tal vestimenta se avenía mal con la pobreza de la esposa de Luquitas. «¿No ha venido anoche tu marido? le dijo Benina, sofocada de la penosa ascensión. No, hija, ni falta que me hace. Déjale en su café, y en sus casas de perdición, con las socias que le han sorbido el seso. ¿No te han traído nada de casa de tus suegros? Hoy no toca. Ya sabes que lo dejaron en un día y otro no.

Después de arreglarse volvió a mirar la plaza, entretenida en ver cómo se deshacía el mágico encanto de la nieve; cómo se abrían surcos en la blancura de los techos; cómo se sacudían los pinos su desusada vestimenta; cómo, en fin, en el cuerpo del Rey y en el del caballo, se desleían los copos y chorreaba la humedad por el bronce abajo.

Y consta que cuando se puso de tribunal magestuoso en aquel gran teatro del Tabor, si quiso que le asistiera la mansedumbre de Moisés no quiso que le faltara asesora la ardiente espada del celo de Elías, y compuso misteriosamente en propio toda la suavidad y blandura del sol con todo el claro rigor de la nieve: Resplenduit facies ejes sicut Sol; vestimenta autem ejus facta sunt alba sicut nix x apparuerunt illis Moisés, & Elías.