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Si la de doña Beatriz le sorprendió con sólo ver su letra en el sobrescrito, más le sorprendió esta nueva carta, así por la letra, que era la de don Braulio, como también por el certificado. La abrió Paco con profunda emoción y leyó lo siguiente: «Querido Paco: No acierto a entenderme directamente con Dios ni a desahogar con él mis penas.

La satinada superficie del rico papel de hilo no dejaba, sin embargo, traslucir su secreto, y el viajero tuvo que contentarse con leer una y otra vez aquellas letras gordas y corridas del sobrescrito, trazadas por una mano más acostumbrada a firmar y anotar que a escribir extenso, y tan orgullosamente italiana sin duda, que anteponía el triste ducado de Aosta a la Corona real de España.

Aqui llegabamos con nuestra platica, quando Pancracio puso la mano en el seno, y sacó dél una carta con su cubierta, y besandola, me la puso en la mano: leí el sobrescrito y vi que decia desta manera. A Miguel de Cervantes Saavedra, en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solia vivir el Principe de Marruecos, en Madrid. Al porte: medio real, digo diez y siete maravedís.

Al tercer día después de la partida de don Braulio, recibió Paco Ramírez una carta de Madrid. La vista del sobrescrito, cuya letra reconoció al punto, le llenó de contento, mezclado con alguna inquietud y extrañeza. La carta era de doña Beatriz, la cual, no por falta de cariño, sino por desidia, no le había escrito jamás desde que del lugar se había ausentado.

Mirólos Jacobo por todos lados, sin muestra alguna de sorpresa, y con la misma habilidad y ligereza de antes, arrancó también los sellos de ambos: el primero contenía un gran pliego, escrito de letra menuda, marcados sus párrafos con números romanos en forma de artículos, y anotados varios de ellos al margen, por la misma letra gorda de la carta y el sobrescrito.

Apenas Inesita se quedó sola miró el sobrescrito de la carta, y, sin emoción, casi sin curiosidad, al menos perceptible, iba a abrirla y a leerla, cuando apareció en escena un nuevo personaje, que hizo que la muchacha se guardase precipitadamente la carta en el bolsillo. Este nuevo personaje era el ama Teresa.

Con una mano tomaba las cartas y con otra rechazaba la tarjeta que el español le presentaba. Vuestro nombre está grabado aquí dijo el alemán poniendo la mano en el corazón . ¡Ah! No lo olvidaré en mi vida. Es el del corazón más noble, el del alma más elevada y generosa, el del mejor de los mortales. Con ese sobrescrito repuso don Carlos sonriendo , vuestras cartas podrían no llegar a mis manos.

La enfermedad fue tan violenta, que le encontré casi en las últimas, pero le hallé tan tranquilo y tan benévolo como siempre. Me dio gracias por mi visita, y me dijo que era una felicidad para él ver una cara amiga antes de morir. Me pidió pluma y papel, escribió casi moribundo algunos renglones, y me pidió que pusiese el sobrescrito a su mujer, y que se los enviase juntamente con su fe de muerto.

Juana salió a dar el recado, y volvió en seguida con una carta que puso en manos de doña Luz. Don Gregorio Salinas dijo Juana , me acaba de entregar esta carta, asegurando que será admitido en cuanto usía la lea. Dice que la carta es su credencial. Doña Luz, no bien tomó la carta y miró el sobrescrito, se quedó maravillada. Reconoció la letra de su padre.

Pues bien: os mando que llevéis esta carta á donde ese sobrescrito dice. «Al duque de Lerma, en propia mano» dijo Quevedo. Y se quedó profundamente pensativo. ¡ que sois enemigo de mi padre, que os pido un gran sacrificio! Pero... ¿Me lo pagaréis?... Os lo... agradeceré en el alma. ¡Iré! dijo Quevedo, levantando la cabeza con resolución. ¿Y no queréis saber el contenido de esta carta?