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El casco de la corbeta, pintado de negro con una banda blanca en la obra muerta, se destacó al fin con pureza del fondo obscuro. Los ojos de los espectadores, habituados ya a las tinieblas, veían perfectamente todo lo que pasaba a bordo. Sobre el puente había dos bultos, el del capitán y el del práctico. En la proa uno, el del piloto. ¿Y la escandalosa? gritó de nuevo don Melchor.

Las había de dos ó tres cubiertas, y las armadas en guerra se llamaban encastilladas, por sus dos castillos á proa y á popa. Además, cubrían su casco sobre la línea de flotación con cueros vacunos, excelente coraza para evitar el «fuego griego», botes de materias inflamables que eran la artillería de entonces.

Al amanecer seguimos la marcha á los manantiales de Casco, y dicho Mayor con nosotros: á las ocho llegamos, habiendo caminado cuatro leguas por el rumbo del E. Pasamos al instante á reconocer otro puesto que se halla mas al N, y no lo hallamos tan capaz como este, por lo que levantamos su plano donde se hallará su explicacion.

Navegábamos como un delfín, con el casco inclinado y las olas lamiendo la cubierta; pero en el cañonero apretaban las máquinas, y cada vez veíamos más grande el barco, aunque no por esto perdíamos mucha distancia. ¡Ah! ¡Si hubiéramos estado a media tarde! Habría cerrado la noche antes que nos alcanzara, y cualquiera nos encuentra en la oscuridad.

Poníamos unos andamios, raspábamos toda la parte descubierta y volvíamos a torcer el casco al lado contrario y a rasparlo. Todas las precauciones eran pocas para poder huir rápidamente, en caso de ser perseguidos. Llevaba ya varios años en El Dragón, pensando algunas veces abandonar aquella vida.

Cerca de una hora hacía que la conversación giraba alrededor de este asunto, y ya comenzaba á interpretarse de diversos modos la ausencia del recién venido, á quien uno de los presentes, antiguo compañero suyo de colegio, había citado para el Zocodover, cuando en una de las boca-calles de la plaza apareció al fin nuestro bizarro capitán despojado de su ancho capotón de guerra, luciendo un gran casco de metal con penacho de plumas blancas, una casaca azul turquí con vueltas rojas y un magnífico mandoble con vaina de acero, que resonaba arrastrándose al compás de sus marciales pasos y del golpe seco y agudo de sus espuelas de oro.

Llevaban consigo hijos y mujeres, testigos de su gloria, ó afrenta, y como los Alemanes en todos tiempos lo han usado, el vestido de pieles de fieras, abarcas, y antiparas de lo mismo. Las armas una red de hierro en la cabeza á modo de casco, una espada, y un chuzo algo menor de lo que se usa hoy en las compañías de arcabuceros, pero la mayor parte llevaban tres ó cuatro dardos arrojadizos.

Se llevó el emisario una mano al pecho en busca de un pito marinero, lo hizo sonar, e inmediatamente entraron en el comedor dos gendarmes alemanes de ridícula traza, con el casco abollado y pequeño para sus cabezas enormes, levitas angostas, pantalones cortos y un sable herrumbroso batiéndoles el flanco. La gente, al verles aparecer, rio con más espontaneidad que en la entrada de Tritón.

te refieres á los submarinos, Tòni, á los pequeños submarinos que existían al empezar la guerra: cigarros de acero frágiles, que navegan mal á ras del agua y pueden abrirse al menor choque... Pero ahora hay algo más: hay el sumergible, que es como un submarino resguardado por un casco de barco, el cual puede marchar oculto entre dos aguas y al mismo tiempo puede navegar sobre la superficie mejor que un torpedero... no sabes de lo que son capaces los alemanes.

Hasta entonces los ánimos no se habían ocupado más que de la defensa; mas cuando el fuego cesó, se pudo advertir el gran destrozo del casco, que, dando entrada al agua por sus mil averías, se hundía, amenazando sepultarnos a todos, vivos y muertos, en el fondo del mar.