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Actualizado: 9 de julio de 2025
Los trajes nos dijera Julio Polux, Si fuera necesario, que en España Es de las cosas bárbaras que tiene La comedia presente recibidas, Sacar un turco un cuello de cristiano Y calzas atacadas un romano. Mas ninguno de todos llamar puedo Más bárbaro que yo, pues contra el arte Me atrevo á dar preceptos y me dejo Llevar de la vulgar corriente, á donde Me llamen ignorante Italia y Francia.
En vez de cantar un romance una sola persona, como antes se hacía, lo cantaron tres ó cuatro; trajes de terciopelo y calzas de seda no faltaban ya en ningún guardarropa, y en lugar de los muchachos, que antes representaban los papeles de mujeres, salían actrices al escenario, llevando perlas y cadenas de oro, y muchas veces en traje de hombres.
Yo iba caballero en el rucio de la Mancha, y bien deseoso de no topar nadie, cuando desde lejos vi venir un hidalgo de portante, con su capa puesta, espada ceñida, calzas atacadas y botas, y al parecer bien puesto; el cuello abierto, el sombrero de lado. Sospeché que era algún caballero que dejaba atrás su coche; y así, emparejando, le saludé.
Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto de la casa a hacer sus menesteres, y en tanto yo, por salir de sospecha, desenvolvíle el jubón y las calzas que a la cabecera dejó, y hallé una bolsilla de terciopelo raso hecho cien dobleces y sin maldita la blanca ni señal que la hobiese tenido mucho tiempo.
¡Ah, señor! prosiguió el segundón la postre no os sabrá tan dulce como esperáis, ¡No! ¡No! gritó bruscamente, golpeando con el tacón en el suelo y dando dos alaridos que resonaron de trágica manera, semejantes a la voz de un demente. Una de sus calzas se desató, dejando desnuda su pierna muy blanca y vellosa.
Quitó los rayos de la faz divina, Mostróse en calzas y en jubon vistoso, Porque dar gusto á todos determina. Seguiale detras un numeroso Esquadron de doncellas bailadoras, Aunque pequeñas, de ademan brioso. Supe poco despues, que estas señoras, Sanas las mas, las menos mal paradas. Las del tiempo y del sol eran las horas.
La verdad es que llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas, y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas, en las cuales tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer, llenos de viento y de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver que, siendo natural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y todos se maldecían.
Los salmonetes no caen en el muelle, don Gil de las calzas verdes profirió el señor de las Casas con su habitual rudeza, por no decir grosería. Solía llamar así, en broma, a su antiguo protegido. Sí caen tal, D. Martín de las Casas blancas profirió con voz sorda Consejero. Los tertulianos rieron, lo cual amoscó un tanto a D. Martín, hombre, como ya sabemos, propenso a irritarse.
Sus miembros, contrastando desapaciblemente con su estatura, eran de gigante, cortos, musculosos, fuertes; vestía un sayo y una caperuza á dos colores, rojo y azul; llevaba calzas amarillas, zapatos de ante y un cinturón negro que sólo servía para sujetar un ancho y largo puñal.
Y todos los días, durante un siglo, chirriaban al amanecer las puertas del caserío vasco, del tapial pardo de Castilla, del casuchín morisco enjalbegado y oprimido en la calleja andaluza, de la corralada extremeña envuelta en olor de estiércol cerduno, y los mozos emprendían la marcha, ligeros de ropa y ágiles de piernas, cantando como los mancebos que encontraba Don Quijote en sus correrías, con una vieja espada al hombro a guisa de bordón de peregrino y pendiente de ella el hato de ropa con toda su fortuna: unas calzas nuevas, los gregüescos, dos camisas, un rosario, unos naipes gastados, lo más preciso para llegar a virrey o a marqués de título sonoro y exótico al otro lado del mar.
Palabra del Dia
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