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Bajo el cielo límpido y tachonado de estrellas, parecía que flotaba un grito de odio y de venganza. Y dentro de aquella tranquilidad, y de aquella atmósfera tibia y serena, unos hombres, verdaderos condenados, maldecían la vida que se arrastraba para ellos en el sufrimiento y la miseria, sin esperanza. El vigilante enseñó á Tragomer la cordelería y le dijo: Ahí tiene usted la casa.

El día siguiente juntó el pueblo en la plaza al pie de una cruz, donde el santo misionero explicó la ley de Cristo que habían de guardar para alcanzar la salvación, descubriendo juntamente todas las maldades de los Maponos y de aquellas diabólicas deidades con singular gusto y contento de los oyentes que le interrumpían muchas veces, gritando en alta voz y diciendo querían á Jesucristo por su Dios y su Padre, y á la reina de los Ángeles por su madre y Señora, y detestaban y maldecían de los Tinimaacas.

Esta noticia cayó como un rayo en el campo de la revolución. Unos maldecían la hora y el dia de haber tratado verbalmente con los americanos; otros, censuraban haber cedido los arrabales.

La verdad es que llegué a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas, y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños, con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas, en las cuales tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer, llenos de viento y de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver que, siendo natural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y todos se maldecían.

En los paises adonde me ha llevado mi suerte, y en los mesones donde he servido, he visto infinita cantidad de personas que maldecian su exîstencia; pero no han pasado de doce las que he visto que daban voluntariamente fin á sus cuitas: tres negros, quatro Ingleses, quatro Ginebrinos, y un catedrático aleman llamado Robel.

Y algunos, más ingenuos, confesaban la penuria de su presupuesto, maldecían de las exigencias sociales... y se reservaban para «última hora». Porque a última hora bailaban, pese a Ronzal, los de levita, los de jaquet y hasta los de cazadora. «¡No faltaba más!». Saturnino Bermúdez, que tenía frac, y clac y todo lo necesario, llegó un poco tarde al salón. Se detuvo en una puerta... y... tembló.

Pues esto deseaba él para los enemigos de la vida, para los que maldecían como pecados las más gratas dulzuras de la existencia; para los que adoraban la castidad antipática de la virgen sobre la soberana fecundidad de la madre; y ensalzaban la pereza contemplativa, considerando el trabajo como un castigo; y hacían la apología de la vagancia y la miseria convirtiéndolas en el estado perfecto; y tenían el hambre como signo de santidad y apartaban á las gentes de las felicidades positivas de la tierra, haciéndolas dirigir las miradas á un cielo mentido; y anatematizaban el amor carnal como obra del demonio.

A los vetustenses, en general, les importaba poco la vida o la muerte de don Santos; nadie había extendido una mano para sacarle de su miseria; hasta seguían llamándole borracho; pero en cambio todos se indignaban contra el Provisor, todos maldecían al autor de tanta desgracia, y quedaban muy satisfechos, creyendo, o fingiendo creer, que así la caridad quedaría contenta.

¡Cuánto tiempo perdido! dijo el filósofo, y avanzó por el agua hasta poder ser oído de los de la tartana : ¡Señor condenado, señor maldito! gritó con aire burlón , ¿ha olvidado usted que estas santas gentes no se acercarán si el reverendo, con su presencia, no tranquiliza las conciencias tímidas de estos corderos? Y volvió a unirse a sus compañeros que le maldecían.