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El amor propio y el orgullo inflaban a doña Lupe cuando se consideraba mangoneando en cosas de beneficencia elegante a las órdenes de la ilustre fundadora. Una contra tendría esto si llegaba a realizarse, y era que no había más remedio que dar algo de guano. A la mañana siguiente, vistiéndose para salir, pensó mi doña Lupe si debería ponerse el abrigo de terciopelo.

Calmóse entonces la alarmada ira de los unos y el odio ardiente de los otros, vistiéndose otra vez los aceros de las espadas y dagas, ya casi desnudas y prestas a encender en fuego aquella que principió dulce y apacible fiesta. Trocada en sosiego la inquietud pasada, las cosas volvieron a su orden primero, recobrando la fiesta la turbada alegría.

El padre y la tía casi no le veían la cara y cuando lograban vérsela, al atravesar el patio o al sorprenderle en su cuarto vistiéndose, se les figuraba muy pálido, muy flaco, la estampa marcada de un calaverilla precoz y sin freno. Acabará por enfermarse decía misia Casilda, ¡se acuesta tan tarde! ¿por qué no le hablas ?

DON URBANO. Ya: para el envío a Roma. CUESTA. ¿Y Evarista? DON URBANO. Vistiéndose. CUESTA. Ya que vais a la inauguración de La Esclavitud, y que lleváis a Electra. DON URBANO. Por cierto que de esta niña no debemos esperar nada bueno. Cada día nos va manifestando nuevas extravagancias, nuevas ligerezas... Que no significan maldad. DON URBANO. Lo son como síntoma, fíjate, como síntoma.

En mi casa no quiero escándalos. Es que con este bruto no se puede discutir... dijo Nicolás, que casi no podía respirar de tan sofocado como estaba. Juan Pablo no decía nada, y siguió vistiéndose, volviendo la espalda a su hermano.

¿Por qué no vienen nuestras mujeres? Tienen una visita, y la cortesía más elemental exige que salgan. Probablemente estarán vistiéndose. ¡Qué coquetas son! Lo lógico sería que no se emperejilasen mucho para sus antiguos maridos, y, sin embargo... ¡No, no comprenderé nunca la psicología femenina! EL GRUESO ROMANO. ¡Cielos, qué sed tengo!

Ventura operó una revolución, vistiéndose desde por la mañana con trajes nuevos y adecuados a aquella hora. No se la sorprendía jamás, ni aun en el retiro de su gabinete, sin todos los adminículos y adornos propios de la ocasión. Sus batas de seda de color siempre apagado, sus cofias de encaje nunca vistas hasta entonces, sus babuchas de terciopelo, eran el pasmo de la población.

La negra por el honor es una novela extraña, llena de inverosimilitudes repugnantes, que se atribuiría más bien á Montalbán ó á Mira de Mescua, si no se supiera con seguridad que su autor es Moreto: una dama, perseguida por un caballero con propósitos deshonrosos, inventa, para guardarse de él, poner en su lugar un paje disfrazado de mujer, vistiéndose ella misma de hombre, y tiznándose el rostro para parecer un negro y andar libremente por el mundo de esta manera.

Del martirio de aquel verano se había de resarcir en el próximo otoño, vistiéndose como Dios mandaba, quisiéralo o no su marido. Tenía propósito de hacerse un vestido nuevo de terciopelo para el invierno y una capota de las más airosas, nuevas y elegantes. A sus niños pequeños les vestiría como principitos.

Pues bien repuso Quintana si todos esos males han venido con las pelucas y los polvos, ¿usted cree que los va a echar de aquí vistiéndose de amarillo? Los males se quedarán en casa, y el señor marqués hará reír a las gentes. Sr. D. Manolo, si todos fueran como usted que se empeña en combatir a los franceses, imitándolos en usos y costumbres, lucidos estábamos.