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MÁXIMO. , para fundir estos dos metales. MÁXIMO. Hazme el favor de llamar a Mariano. MÁXIMO. Que venga también Gil. ELECTRA. Gil... pronto... Que os llama el maestro. ELECTRA, MÁXIMO; MARIANO, GIL: el primero vestido de operario, con blusa; el segundo con traje usual, manguitos y la pluma en la oreja. Este es el valor obtenido. La verdadera distancia debe ser inferior a doscientos kilómetros.

PANTOJA. No a qué guardas reservas conmigo, sabiendo lo que me interesa tu existencia, tu felicidad... Pues si le interesa mi felicidad, alégrese conmigo: soy muy dichosa. PANTOJA. Dichosa hoy. ¿Y mañana? ELECTRA. Mañana más... Y siempre más, siempre lo mismo.

ELECTRA. Llámame lo que quieras, Máximo; pero ángel no me llames. ELECTRA. Ni eso. MÁXIMO. No tanto. ELECTRA. Mira que no hay más. He creído que en estos apuros, vale más una sola cosa buena que muchas medianas. MÁXIMO. Acertadísimo... ¿Sabes de qué me río? ¡Si ahora viniera Evarista y nos viera, comiendo, así, solos...! ELECTRA. ¡Y cuando supiera que la comida está hecha por !...

PANTOJA. No veo nada: no quiero ver más que a Electra, por quien vengo; a Electra, que no debe estar aquí, y que ahora se retirará conmigo, y conmigo llorará su error. MÁXIMO. Perdone usted. Antes de cogerla debió usted hablar conmigo, que soy el dueño de esta casa, y el responsable de todo lo que en ella ocurre, de lo que usted ve... de lo que no quiere ver.

CUESTA. Lo que más importa, hija mía, es que tengamos formalidad... que las personas timoratas no hallen nada que censurar... Me han dicho... creo yo que habrá exageración... me han dicho que hormiguean los novios... ELECTRA. ¡Ay, ! ya casi no acierto a contarlos. Pero yo no quiero más que a uno. CUESTA. ¡A uno! ¿Y es...? ELECTRA. ¡Oh! Mucho quiere usted saber. CUESTA. ¿Le conozco yo?

ELECTRA. Todo lo contrario de , que no tengo ninguno, ninguno, ninguno. MARQU

ELECTRA. El aire respirable, la vida, la... ¿Pues sabe usted, Marqués, que me parece que lo voy entendiendo? MARQU

Con esta aleación haremos un nuevo ensayo de conductibilidad... Espero llegar a los doscientos kilómetros con pérdida escasísima. MARIANO. ¿Haremos el ensayo esta tarde? ... No abandono este problema. ELECTRA. Idea fija tengo yo también, y por ella vivo. ¡Adelante con ella! Adelante. MARIANO. ¿Manda usted otra cosa? MÁXIMO. Que actives la fusión.

ELECTRA. En las Ursulinas tenía yo una muñeca preciosa a quien llamaba también Lulú; y mire usted que misterio, tía: siempre que andaba yo por la huerta, al caer la tarde, solita, con mi muñeca en brazos, tan melancólica yo como ella, mirando mucho al cielo, era segura, infalible, la visión de mi madre... primero entre los árboles, como figura que formaban los grupitos de hojas; después... dibujándose con claridad y avanzando hacia por entre los troncos obscuros...

Sepa usted, amiga mía, que el acto de apartar a Electra de un mundo en que la cercan y amenazan innumerables bestias malignas, no es despotismo: es amor en la expresión más pura del cariño paternal, que comúnmente lastima para curar. ¿Duda usted de que el fin grande de mi vida, hoy, es el bien de la pobre niña? No lo dudo... No puedo dudarlo.