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Y fue que dijo al barbero que lo que había pensado era que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar, como valeroso caballero andante.

Primero se sintió desalentada y como aniquilada por la fatiga; una nueva claridad iluminó su espíritu, comenzó a reflexionar, y a buscar en aquella necesidad extrema, si no existía algún último medio de continuar su lucha contra el destino. ¿Despertaría su hija? ¿La vestiría apresuradamente y emprendería la fuga con ella a favor de la obscuridad?

Si la santa fe de nuestros padres no estuviera tan perdida; si las perversas doctrinas del filosofismo francés no nos hubiesen inficionado, ese hombre, en vez de vestir el honroso uniforme de la marina, vestiría el sambenito; en vez de andar libre por ahí, piedra de escándalo, fermento de impiedad, levadura del infierno, corrompiendo lo que aun en el cuerpo social se conserva sano, estaría en los calabozos de la Inquisición ó ya hubiera muerto en la hoguera.

Sus hermosos cabellos rubios estaban teñidos de sangre; no obstante, la sonrisa aparecía en sus labios... Es que había muerto sin duda pensando en ella, en ella que, bañada en lágrimas, vestiría largos hábitos de luto al saber su glorioso fin. ¡Afortunado joven!

Cuando se fue el muchacho, cerró la puerta y se entretuvo a la luz de la vela en hacer el inventario y distribución de los objetos que llenaban su vivienda. En un antiguo arcón de madera, tallado a cuchillo groseramente, estaban dobladas con cuidado por Margalida, entre hierbas olorosas, las ropas con que había llegado él de Mallorca. Las vestiría a la mañana siguiente.

¡No esperaba eso de ti, Nolo! exclamó ella cerca de romper á llorar. ¿Te he dado algún motivo para sospechar que no te estimaba como antes? ¿Has sabido de alguno de por allá á quien no le haya hablado como siempre cuando le vi por aquí? ¿Piensas que soy señorita, que visto este traje por mi gusto?... No, si pudiera no lo vestiría... ¡Desde que vine á este pueblo soy tan desgraciada!... ¡Si supieras, Nolo, qué desgraciada soy!

Del martirio de aquel verano se había de resarcir en el próximo otoño, vistiéndose como Dios mandaba, quisiéralo o no su marido. Tenía propósito de hacerse un vestido nuevo de terciopelo para el invierno y una capota de las más airosas, nuevas y elegantes. A sus niños pequeños les vestiría como principitos.

No la arredraban ciertos despegos, ciertas durezas inexplicables de Miranda; servíale piadosa y filialmente, hablábale con dulzura, hacíale ella misma los remedios y le vendaba el pie lastimado, con la devoción con que vestiría a una santa imagen. Era feliz y hasta se conmovía, cuando él hallaba bien colocado el apósito. Al fin Miranda pudo andar sin riesgo.