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No habían transcurrido diez segundos después de aquel así, así, cuando se oyó una gran chillería. «¿Qué es, qué hay?». ¡Qué había de ser sino alguna barbaridad de Juanín! Así lo comprendió Benigna, corriendo alarmada al comedor, de donde el temeroso estrépito venía. ¡Bien por los chicos valientes! dijo Santa Cruz, a punto que Ramón Villuendas se despedía para bajar al escritorio.

Mi entrada ha sido singular; pero no soy un ladrón ni un asesino. Vengo como amigo: traigo paz y amistad. No tenga usted miedo, Clara. Vengo como amigo. Ya nos conocemos de un solo día, cuando vine aquí sosteniendo á ese pobre señor. ¡Oh! y ahora puede venir dijo Clara alarmada. Márchese usted, por Dios. Yo no le conozco, ni me importa todo eso que me ha dicho. Si él llega....

Y una mañana muy nublada y tormentosa, Salvador llamó a Rita y le dijo: Esta tarde salgo de viaje. Rita, que andaba cavilosa leyendo misteriosos motivos en la pena visible del médico, preguntó alarmada: ¿Adónde, señorito? Voy a París, como otros años.

Se dirigió a casa de la duquesa de Somavia, que había vuelto el día anterior a Pilares, huyendo de la inclemencia, melancolía y tedio de la aldea. Llevaba la carta en la mano, sin protegerla de la lluvia. ¿Qué te sucede, Apolonio? preguntó la duquesa, alarmada ante aquel hombre como de piedra . ¿La catástrofe, la quiebra, el embargo? Me lo presumía. ¡Pluguiera a Dios! murmuró cavernoso Apolonio.

Haríais muy mal dijo alarmada la duquesa, que no se olvidaba un momento de que importaba á su hijo la libertad de Quevedo. ¿Que haré mal en prender á un tan encarnizado enemigo mío? ¿Ignoráis lo que ha hecho don Francisco? De ningún modo. Nos ha hecho mucho daño. No importa, es preciso que don Francisco esté seguro en Madrid. ¡Para que nos haga libremente la guerra...! Os lo pido yo.

Abuela dije con expresión vencedora dándole la carta del cura, aquí tienes la respuesta que esperabas. La abuela se sujetó las gafas con cuidado, cogió la tarjeta, la leyó, la releyó, la meditó y dijo finalmente encogiéndose de hombros: El cura descarrila... y vosotras también. ¡Oh! abuela dije horriblemente alarmada, ¿niegas el permiso? No... haz lo que quieras.

Mi madre; alarmada por mi melancolía, ha querido averiguar el motivo y oponer a las penas de mi corazón el encanto de los consuelos y de las esperanzas.

La admiraba y la protegía a prudente distancia; pero esta prudencia se parecía demasiado en sus tramites al desvío de un extraño, y él no podía conformarse con tan poco. Ya sabemos que había vuelto a frecuentar la casa de la marquesa desde que se andaba en ella a escobazos con el diablo. En una de sus visitas, estando ya la desterrada joven en Madrid, halló a su amiga muy alarmada.

Callaba su viaje á Villeblanche; no quería contar sus aventuras durante la batalla del Marne. ¿Para qué entristecer á los suyos con tales miserias?... Se había limitado á anunciar á doña Luisa, alarmada por la suerte de su castillo, que en muchos años no podrían ir á él, por haber quedado inhabitable.

Dos reales, dos... lo has dicho... y basta, . ¿Sabes los milagros que hace Nina con media peseta?». En esto llegó Daniela muy alarmada, diciendo que llamaba a la puerta Frasquito; y Obdulia, que por la mirilla le había visto, opinó que no se abriera, a fin de evitar otro escándalo como el de la calle Imperial. Pero ¿quién le había dicho las señas del nuevo domicilio?