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Las faldas, en vez de llevarlas cortas, las llevan largas, y van barriendo con la cola el polvo de los caminos. En resolución, es una pena este abandono del traje propio y adecuado. A pesar de tales disfraces, la belleza, o al menos la gracia, el garbo y el salero, son prendas comunes en mis paisanas. Tienen en el andar mucho primor, y más aún si bailan.

Si yo contase el argumento destruiría todo el hechizo de la obra no contándole con mucha extensión, porque en la obra, las palabras no huelgan, siendo en ella el carácter de la protagonista tan verdadero, simpático y regocijado, que mis paisanas las cordobesas no pueden pedir más, a pesar de lo picante de algunas ligerísimas punzadas satíricas.

Usted no quiere nada con las paisanas: le parecen poca cosa. Todo para las señoras que hablan en extranjero y ni Dios las entiende... No, hijo: ¡si no quiero nada con usted! Paseo mejor solita... Ahí tiene a su yanka mirando al mar con medio ojo y con el otro medio buscándolo a usted. Acérquese, que le espera.

Véase, pues, de cuánto son y han sido capaces mis paisanas. Dios las bendiga a todas. Imposible parece que, siendo tan buenas, las descuiden y abandonen los pícaros hombres. Además de las peregrinaciones de que ya hemos hablado, las dejan para irse al casino, donde se pasan las horas muertas.

El tipo de las paisanas. El Lütschina. Grindelwald. Las neveras y sus grutas. Escenas sociales. La vida campestre.

Al mismo tiempo una muchachota con las piernas desnudas, una rueca en la mano y llevando el antiguo vestido del país y la cofia ducal de las paisanas de esa región, franqueó rápidamente el foso; espantó, al pasar, algunos carneros, cuya pastora parecía, y vino á plantarse con cierta gracia sobre el estribo, presentándonos en el cuadro de la portezuela su fisonomía bronceada, resuelta y sonriente.

En cuanto al grupo de paisanas que aguardaban el toque de oraciones, sus vestidos originales y pintorescos realzaban la gracia y sencillez de sus fisonomías inocentes.

Discípulo aprovechado de don Román, criado en los clásicos, como él me dijo, dióme, a pesar de mis aficiones románticas, por la poesía mitológica y horaciana. Cantaba yo la vega villaverdina, el «sesgo» y «undívago» Pedregoso, y la hermosura de mis paisanas. En el último soneto puse sobre los cuernos de la luna a la dulce Angelina, oculta bajo el poético nombre de Flérida.

Deseosa entonces de lucirlas en su tertulia, alegre de ver que el entusiasmo de juez tan competente como el Conde recaía en sus casi paisanas, y anhelando que el Conde las conociera y tratara, buscó y halló, como hemos visto, a Beatriz y a Inés. El Conde mismo, en cuanto las vió, había ido a avisar que venían, por donde fué harto fácil a Rosita reconocerlas.

Lo que mas nos llamaba la atencion era su singular tocado de hermosos moños medio cubiertos por cofias negras con encajes, moños trenzados con cintas blancas y prendidos con enormes placas de oro y plata imitando aletas y escamas, adorno que no carece de analogía con el que despues vímos en el tocado de las paisanas de Holanda, sobre todo del lado de Rotterdam. ¿Se me dirá que estos pormenores carecen de interes?