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Ambos jadeaban: su dificultosa respiración parecía el resuello de un accidentado; las triples roscas de la papada y el rollo del pestorejo aureolaban con formidable nimbo de carne las faces moradas de puro inyectadas de sangre espesa; y cuando se volvían de espaldas, en el mismo sitio en que el Arcipreste lucía la tonsura ostentaba su hermana un moñito de pelo gris, análogo al que gastan los toreros.

Sólo la pluma del sombrero, lastimosamente alicaída, atestiguaba los estragos de la arroyada, a despecho de la prolijidad con que su dueña, aproximándola a las llamas, intentaba devolverle las gráciles roscas. En una butaca yacía Artegui, cual siempre, yerto, abandonado a la inercia de sus ensueños.

Los santos que lo adornan semejan farolones gigantescos; las hornacinas troneras, los barandajes, los nichos, las mórbidas roscas de las columnas salomónicas, todo se me antoja como perteneciente al dominio de la antigua arquitectura naval. Caía la tarde.

Dentro de la urna o refriante se veían las roscas de la culebra de metal. La cabeza de la culebra aparecía fuera de la urna en su parte baja. No lejos de la chimenea estaba por el suelo un féretro abierto y vacío.

Cuando venían a visitarle los parientes, prefería bajar al salón, a pesar de su debilidad, correctamente vestido, con levita nueva, los dos triángulos blancos del cuello asomando sobre las roscas de la corbata, siempre recién afeitado, con las patillas bien peinadas y el tupé brillante de goma.

Nada habían escrito, pero revelaban al mundo su firme propósito de crear obras inmortales, uniformándose exteriormente con arreglo a un figurín profesional: largas cabelleras, grandes sombreros, corbatas amplias y sueltas, o apretadas con innumerables roscas sobre un cuello de camisa que les rozaba las orejas. El sarampión literario tomaba formas rabiosas que asustaban a Maltrana.

ROSCAS DE ALMENDRAS. Para una libra de almendras, una de azúcar, cinco claras, un poco de canela molida y raspadura de limón. Se amasa todo bien, y después se echa en la máquina, y salen las roscas hechas, naturalmente, y luego se cuecen.

Todas tenian cabelleras abundantes de un rubio color de oro, atadas por fuera de las cofias formando enormes roscas, ó pendientes sobre las espaldas en espesas trenzas con grandes lazos de cintas negras. Si el mayor número de las paisanas no llevaban en la cabeza sino sus grandes cofias negras con anchos encajes de punto, muchas tenian coronas de enormes rosas artificiales.

Es que la muchacha se lo merecía todo: la luz del blandón descubría su rostro animado, encendía sus ojos rechispeantes, y mostraba la crespa melena, desanudada por la agitación de la caminata, y flotando en caprichosas roscas por su frente, hombros y cuello.