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En algunas de mis leyendas tradicionales he tenido oportunidad de hablar más despacio sobre muchas de las que se fulminaron contra ladrones sacrílegos y contra alcaldes y gente de justicia que, para apoderarse de un delincuente, osaron violar la santidad del asilo en las iglesias.

Su vista produce más de un recuerdo; rodéalo la tradición y es objeto de sabrosas leyendas, pero leyendas verdad. Dos generaciones bastan para que un faro tome carta de antigüedad y se convierta en sagrada su memoria. Frecuentemente dirá la madre á la joven: «Este salvó á tu abuelo, y sin él no hubieras venido al mundo

Su imaginación voluble está comprobada en sus tradiciones, que atestiguan eran muy dados á las fantásticas leyendas, las cuales relataban en coro formando dos círculos, uno de hombres y otro de mujeres, que giraban en inverso sentido.

En nuestros viejos romances y leyendas, siempre roba el moro a la linda infantina cristiana, y siempre el caballero cristiano logra su anhelo con la princesa mora, en la noche o en la mañanita de San Juan; y en el pueblo se diría que conservaban la tradición de los viejos romances. Las calles estaban llenas de gente. Todo el pueblo estaba en las calles y además los forasteros.

Los bogas tienen mil extravagantes preocupaciones sobre ese escondido rio de lecho de oro en polvo y arboledas sombrías é impenetrables, y cuentan muchas leyendas, haciendo la señal de la cruz, sobre los buscadores del peligroso metal que, habiendo ido al interior por el curso del rio, no han vuelto á parecer mas en Mompos.

Cosa extraña y que da á comprender la cobardía de los hombres: las bestias montaraces que destrozan y matan á las demás son precisamente las más admiradas. Se les daría con gusto la realeza, y en mitos, fábulas, leyendas y hasta en algún libro viejo de historia natural, se les da el nombre de reyes.

Debemos enumerar especialmente, entre estas composiciones, las que escribió Roswitha, noble abadesa de Gandersheim, imitadas de antiguas leyendas cristianas, ya estuviesen destinadas á la representación, ya no, como parece más probable, sino sólo á servir de piadoso solaz á las monjas de su monasterio.

Al mismo orden de ideas populares pertenecen las leyendas de los guerreros ó profetas que, durante siglos enteros, esperan un día grande ocultos en alguna gruta profunda de la montaña. Tal es el mito de aquel emperador alemán que meditaba, apoyado en una mesa de piedra y cuya blanca barba, sin cesar de crecer, se había arraigado en la roca.

En aquella prodigiosa selva de las epopeyas y tradiciones indostánicas, han germinado otras leyendas relativas á las montañas del Himalaya y todas nos las muestran viviendo con vida sublime, ya como diosas, ya como madres de continentes y pueblos.

La buena hada de las leyendas marchaba ante él con la varilla, de oro, haciendo brotar rosales en los bordes de su camino. Salió de la taberna con el enorme cigarro en los labios, echando humo ante él, como si las ilusiones se le escaparan por la boca, precediéndole en la marcha. El sol tibio de la tarde y el azul transparente del cielo parecían colarse en su alma.