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Y que advirtiendo a la gran cosecha de redondillas, canciones y sonetos que había habido en estos años fértiles, mandaban que los legajos que por sus deméritos escapaban de las especerías, fuesen a las necesarias sin apelación.

Mira, gabacho decía Madariaga . Todo versos y novelas. ¡Puros embustes!... ¡Aire! El tenía su biblioteca, más importante y gloriosa, y que ocupaba menos lugar. En su escritorio, adornado con carabinas, lazos y monturas chapeadas de plata, un pequeño armario contenía los títulos de propiedad y varios legajos, que el estanciero hojeaba con miradas de orgullo.

La amplia barba de un rojo obscuro descendía hasta el mamotreto que tenía en sus manos, extendiendo el serpenteo de los pelos entre las columnas de cifras escritas a máquina. En una silla inmediata estaban apilados con irregularidad otros legajos, a los que llevaba la mano de vez en cuando para hacer compulsas.

Llevaba a todas partes el empaque de la oficina, y creeríase que levita, pantalón y sombrero eran parte integrante de la oficina misma, de la Dirección, de la Administración, como en otro orden lo eran los volantes con membrete, el retrato de la Reina, los sillones forrados de terciopelo y los legajos atados con cintas rojas.

Hice lo que me mandaba, y fue sacando de la alacena, además de los legajos, tres pares de candelabros de plata, varios cubiertos y una bandeja del mismo metal, y un rimero de porquerías, entre ellas más de seis libras de polvos de salvadera envueltos en un papel de estraza, y una jarra blanca como de media azumbre, con un paluco adentro.

El rico archivo eclesiástico, cuyos legajos asomaban por las rejillas de los estantes excitando la veneración del espectador, estaba tan comido de la polilla, que al desplomarse la casa se desmoronó como seco amasijo de polvo, y parecía que todo entraba en el caos tras la dispersión de tanta materia inútil, de tanta borrosa letra y de tanta ranciedad como se acumulaba en los podridos escritos.

Había pasado muchas tardes en el archivo de la casa, la pieza inmediata al comedor, registrando legajos apilados en armarios con puertas de alambre, a la luz suave que se filtraba por las persianas de los huecos. ¡Polvo y papel viejo que había que sacudir para que no lo devorasen las polillas! ¡Bárbaras cartas de navegación, con erróneos y caprichosos perfiles, que habían servido a los Febrer en sus primeras travesías comerciales!... Por todo esto apenas le darían con que comer unos días; y sin embargo, la familia había peleado durante siglos para hacerse digna de tal depósito y aumentarlo. ¡Cuánta gloria muerta!...

Había además tres o cuatro banquetas forradas de lo mismo y en idéntico estado, una estantería de pino llena de legajos, una caja pequeña de valores, una mesa de escribir antiquísima de nogal y forrada de hule negro, y detrás de ella un sillón tosco y grasiento donde se hallaba sentado el jefe de la casa. Aquel pequeño departamento estaba esclarecido por una ventana con rejas.

Las fuentes que lo han ido manando, no están, como puedes comprender, en las pobres tierrucas y en los ganados de Tablanca: otras hay muy lejos de aquí, y viejas en la familia, de mejores manantiales. De todas ellas tendrás noticias, cuando las necesites, en papeles que están en esos legajos y hasta encima de la cómoda... velos ahí, porque un rato hace andaba yo con ellos entre manos.

De lo capital, que son los cuadros, no hablan los legajos de los archivos, sino para decir alguna vez donde estuvieron puestos; ni aun cabe fiarse de los documentos referentes al coste de ellos, pues en esos papeles consta cuando fueron pagados, no cuando se pintaron, así que no es dable sujetarlos a cronología.