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Acababa de llegar de Inglaterra el duque de Lancaster, hermano del príncipe, con séquito de cuatrocientos caballeros y numerosa fuerza de arqueros, último refuerzo que se esperaba y todo estaba pronto para la marcha.

Trabajo costó abrir estrecho paso á los príncipes y su séquito entre aquella masa compacta, que los saludó con aclamaciones atronadoras. Tras ellos fueron llegando numerosos nobles y damas ricamente ataviadas y pronto quedaron llenas las tribunas, relucientes de oro y pedrería.

Un entusiasmo juvenil le acompañó en esta nueva existencia de placeres urbanos, hasta que, al descubrir la segunda vida que llevaba la alemana en sus ausencias y cómo reía de él con los parásitos de su séquito, montó en cólera, despidiéndose para siempre, con acompañamiento de golpes y fractura de muebles.

En respuesta a dicha Embajada, había ido a visitar al Preste Juan el ya mencionado don Rodrigo de Lima con gran pompa y séquito.

Sarto, que andaba agitado y nervioso, se sorprendió mucho al verme aquella mañana, arrellanado en cómodo sillón de brazos, escuchando la canción amorosa que con muy buena voz entonaba uno de los caballeros de mi séquito.

Joven dijo, basta ya de cabalgar solo o poco menos, por estos alrededores. No puede usted volver a hacerlo, sin que le acompañemos media docena de nosotros. ¿Sabe usted lo que le ha pasado a Berstein? El caballero de este nombre, uno de los de mi séquito, era un arrogante mozo, casi tan alto como yo, y de caballo muy parecido al mío.

A los quince años, la niña sabía apenas deletrear. El arte de la labor le era desconocida. Su séquito de dueñas, antes la servía para mantener en torno suyo el aparato ceremonial, que para custodiar su persona; y como su padre pasaba tanto tiempo en la corte, Beatriz gobernaba el solar a su antojo, cual infanta levantisca.

El séquito de Samdai era tan vistoso y brillante que deslumbraba. Como le preguntara la Petra si no venía también Su Majestad la Reina, quedose un momento parado el narrador, recordando, y al fin dio cuenta de que vido también a la señora del Rey, pero con la cara muy tapada, como la luna entre nubes, y por esta razón Mordejai no pudo distinguirla bien.

Roncaron de nuevo los motores de los automóviles, el niño de la cascada abandonó su refugio con la esperanza ilusoria de que se fijasen en él y le diesen algo por despedida, y otra vez se vieron Maltrana y su séquito pasando a gran velocidad entre las frondosidades de Tijuca. Pero ahora no iban silenciosos y preocupados; el sol era más vivo, los árboles más verdes.

Cuando el séquito del emperador, compuesto en su mayoría de extranjeros, se solazaba en ocasiones solemnes con los espectáculos dramáticos, se elegían siempre para este objeto piezas escritas en idiomas extraños, como sucedió en el año de 1548 en las bodas de la infanta doña María con el archiduque Maximiliano, en Valladolid, en cuya celebridad, según refiere un historiador, se representó una comedia del Ariosto .