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Don Juan aflojó el embozo, y subiendo hasta sus labios la mano de Cristeta, se la besó con más fervor que si la tocara por vez primera, diciendo al mismo tiempo: Traigo dinero de sobra; vengo dispuesto a todo... Por ahora, paciencia continuó ella , tengo que irme en seguida; pero... pocas horas faltan. Mañana a las dos de la tarde ven a mi casa. ¿Entiendes?

Pues si no lo deseara ¿cómo me había de meter yo en semejante negocio? ¿No comprende usted...? ... pero... No hay que confundir. El perdón puramente espiritual o evangélico, ya lo tiene... Pero el otro perdón, el que llamaríamos social, porque equivale a reconciliarse, es imposible. Vamos, que no será tanto dijo para don Evaristo, subiéndose el embozo. Es imposible repitió Maxi.

No podía ser sino Dios quien lanzaba por su intermedio ese anuncio, esa agnición, esa amenaza tremenda, buscando salvarle; no podía ser sino el soplo divino lo que había rasgado de arriba abajo su embozo de soberbia, dejándole desnudo y enmudecido, a imagen del primer hombre después de su falta.

La banda de palomas levantó el vuelo en espiral, con alegre rumor de plumas y arrullos. Dos jóvenes pasaron junto al fielato cogidas del brazo, con el embozo del mantón ante la boca. Tenían la belleza de la obrera, la frescura de esa breve juventud de las hembras de trabajo, que triunfa sólo momentáneamente de la anemia hereditaria, de las privaciones que dificultan el desarrollo.

A falta de esclavina, los marinedinos alzaban cuanto podían el cuello del gabán o el embozo de la capa. Es que el viento era frío de veras, y sobre todo, incómodo; costaba un triunfo pelear con él. Entrábase por las bocacalles, impetuoso y arrollador, bufando y barriendo a las gentes, a manera de fuelle gigantesco.

A la media hora la pobre niña descansaba tranquila, y su mamá se fue a dormir al sofá del gabinete, porque la cama despedía fuego. Antes quiso dar parte a su marido de la desazón de la niña. ¿Lo de siempre? preguntó él desde el embozo de la única sábana con que se cubría. , lo de siempre, pesadilla, convulsiones; ha sido de los ataques más fuertes. Por fin se ha tranquilizado. ¡Pobre ángel!

Por otra parte, no siendo ella codiciosa... ¿qué interés podía tener...? sólo el de regularizar la falsa situación en que se hallase, o el ansia de asegurar el porvenir del niño, si ya estaba camino del mundo. «Este mamarracho de viejo se decía , es un sinvergüenza capaz, por dinero, de hacernos el embozo de la cama...; pero ¡ella, ella!

«Por mi parte añadió D. Evaristo , haré todo lo que pueda para que esto cuaje. Si ello tiene que suceder. Es lo práctico, amigo mío; y ya que usted es tan místico, conviene que sea un poquito práctico... Por una casualidad intervengo yo en esto... Le advierto a usted que ella desea volver...». ¡Lo desea! exclamó Rubín, dejando caer el embozo. ¡Toma! ¿Ahora salimos con eso?

Nadie le cosía un botón a su gusto más que él mismo; limpiarle el despacho era martirizarle a él, a don Víctor; la cama era inútil hacérsela con esmero porque de todas maneras había de descomponerla él, sacudir las almohadas y poner el embozo a su gusto.

Y tiró adelante á la cabeza de la ronda, diciendo para su embozo: Si esa dama no fuera tan maravillosamente hermosa, nadie la hubiera librado de la horca; es verdad que sin la hermosura de esa dama, no sería yo presidente de la real audiencia de Méjico. Adelante, adelante, pues, y acabemos con lo que nos ha dado que hacer esta noche, para tan venturosa.