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, , señora condesa; está vacía porque las tapias son bajas, y una educanda que vivió en ella se escapó descolgándose por el balcón y saltando las tapias. Esto fué un escándalo que nadie sabe, que hemos guardado todas... pero yo lo digo á vuecencia en confianza. Gracias, amiga mía. ¿Conque las tapias son bajas y el balcón bajo?

Durante algunos meses vivió el ciego sin salir a la calle más que para cumplir su obligación; de casa a la iglesia, y de la iglesia a casa.

Las artes pacíficas no encontraron poderosos estímulos en el carácter sombrío del soberano, y de este modo nos explicamos la melancolía que inspiraba al poeta Jorge Manrique, que vivió lo bastante para ver tan tristes días, cuando, al recordar la espléndida corte de D. Juan II, se expresa así: «¿Qué se hizo el rey Don Juan?

Recordaba sus años de la infancia; el respeto con que oía a aquel hombre, admirado por su padre y que durante largas temporadas vivió en su casa.

El qué dirán, el temor de que la gente se enterase, era también rémora de su deseo. Por último, la Condesa, a poco de muerto su esposo, cayó en cama con una grave enfermedad, y apenas tuvo tiempo para tomar sus disposiciones y cumplir lo prometido. Después vivió algunas semanas, pero trastornada, sin pleno conocimiento ni memoria de las cosas y de las personas. Luego murió.

Alonso del Castillo Solórzano, escritor muy fecundo, que en el reinado de Felipe III, y en los primeros años de Felipe IV, vivió al servicio del marqués de los Vélez, virrey de Valencia, escribió, además de muchas novelas, algunas comedias, y entre ellas La victoria de Norlingen. Entre los poetas dramáticos españoles, merece también mencion especial el célebre conde de Lemos, virrey de Nápoles.

El padre indignado, mientras vivió, de la ingratitud del hijo, no quería oír su nombre; pero el ciego le guardaba todavía mucho cariño; no podía menos de recordar que aquel hermano, mayor que él, había sido su sostén en la niñez, el defensor de su debilidad contra los ataques de los demás chicos, y que siempre le hablaba con dulzura.

Mientras vivió el fundador, no se opuso nunca á que algunos de sus convecinos pisasen con una rueda de las dos de sus carros la linde del prado de la cuestión. El primer Seturas era lógico, aunque lo ignorase: mientras no pagara el anticipo del concejo, el contrato con él celebrado estaba vigente en todos sus términos, y el dicho fundador no pagó en su vida.

Con un solo ejemplo se demuestra el poder de la rutinaria costumbre en aquel santo varón, y es que, viviendo en aquellos días de su ancianidad en la calle de Atocha, entraba siempre por la verja de la calle de San Sebastián y puerta del Norte, sin que hubiera para ello otra razón que la de haber usado dicha entrada en los treinta y siete años que vivió en su renombrada casa de comercio de la Plazuela del Ángel.

Neptuno, gran personaje en las logias, que, despojado del tridente, la corona de algas y los simbólicos tres puntos, quedaba reducido en la vida ordinaria a un don Francisco Javier Pérez Cueto, fabricante de almidón en uno de los arrabales de la corte, entidad perfectamente desconocida para todo el mundo, tras de la cual, según opinión de algunos, ocultábase cierto personaje famoso que vivió y murió haciendo ruido.