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Tal es la poesía; y el poeta, su inspirado intérprete, y cuando de pié sobre la trípode del genio fatídico repite las palabras misteriosas que susurran en su alma, se asemeja á la síbila de la antigüedad, que solo entonaba el canto profético en medio de dolorosas convulsiones.

A la mañana, amo y criado yacían, aquél en el lecho, éste en el suelo. El primero tenía todavía abiertos los ojos y los clavaba con delirio y con delicia en una caja amarilla, donde se leía «mañana». ¿Llegará ese mañana fatídico? ¿Qué encerraba la caja? En tanto la Noche Buena era pasada, y el mundo todo, a mis barbas, cuando hablaba de ella, la seguía llamando Noche Buena.

Aunque les obligaron a acostarse algunas horas, el sueño no cerró sus párpados ni un instante. Al amanecer estaban en pie, con el semblante descompuesto, los ojos hundidos y rodeados de círculo oscuro, testimonio de su acerbo padecer. Y otra vez emprendieron aquel fatídico calvario por las calles, recorriendo las oficinas de policía, el juzgado de guardia, las casas de los conocidos.

Mas aquel sombrío infolio parecía exhalar magia; cada letra afectaba la inquietante configuración de esos signos de la vieja Kábala, que encierran un atributo fatídico; las comas tenían el retorcido petulante de rabos de diablillos, entrevistos a la luz blanca de la luna; en el punto de interrogación final veía el pavoroso gancho con que el Tentador caza las almas que adormecieron, sin refugiarse en la inviolable ciudadela de la Oración.

Nosotros, que habíamos visto, oído u observado muchas particularidades que se nos dijeron ser rastros o manifestaciones del fatídico personaje, acabamos, al fin, por encontrarnos con el "diablo" en persona y de manos a boca. Fue en el departamento de San Vicente, hoy Belgrano, en la provincia de Mendoza.

Sentóse Felicita, respiró fuerte, tomó aliento, pero no se reposó, sino que, tan pronto como había tocado el asiento, saltó en pie de nuevo, sacudida por aquel dinamismo fatídico que la tenía en los huesos, y tomando unos papelorios que llevaba debajo del brazo, los extendió sobre el mostrador.

Todos llegarían apresuradamente, dando tumbos y tropiezos, y dirigiendo con espanto y horror las miradas hacia el tablado fatídico. ¿Y á quién percibirían allí á la luz rojiza de la aurora? ¡Á quién, sino al Reverendo Arturo Dimmesdale, medio helado de frío, abrumado de vergüenza, y de pie donde había estado Ester Prynne!

¡Federico! ¿Qué fué eso? gritó mamá que había oído mi detención y la dentellada al aire. Nada: quería entrar. ¡Oh!... De nuevo, y esta vez detrás del cuarto de mamá, el fatídico aullido explotó. ¡Federico! ¡Está rabioso! ¡Está rabioso! ¡No salgas! clamó enloquecida, sintiendo el animal a un metro de ella.

Sobreponéos dijo la voz ronca del bufón detrás de la cortina. Tembló el duque al sonido terrible, fatídico de aquella voz. Es el caso que... yo... mi poder... no alcanza á veces... ¿No os he dicho ya, duque de Lerma, que hagáis cuanto ella quiera? ¿ó es que sois tan torpe que no comprendéis lo que se os manda? dijo el bufón abriendo la cortina y apareciendo.

Entonces me parecen síntomas de decadencia y ruina: entonces me parecen amenaza de disolución nacional, si bien confío siempre en la Providencia y espero que la amenaza no se cumpla, que lo ominoso ó fatídico salga fallido, que la enfermedad pase y que la nación persista sana, salva y una.