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Pero en los dos años ó más que la mujer ha residido en esta ciudad de Boston, ninguna noticia se ha recibido del sabio caballero Señor Prynne; y su joven esposa, habiendo quedado entregada á su propia extraviada dirección.... ¡Ah! ¡ah! comprendo, le interrumpió el extraño con una amarga sonrisa. Un hombre tan sabio como ese de quien Vd. habla, debería de haber aprendido también eso en sus libros.

De este modo Ester Prynne tuvo su parte que desempeñar en el mundo. Merced á la energía natural de su carácter, y á su rara inteligencia, no fué posible segregarla por completo de la sociedad, aunque ésta la había marcado con una señal más intolerable para el corazón de una mujer que la grabada en la frente de Caín.

Te aseguro, Ester Prynne, que con los honorarios más crecidos y valiosos que un monarca pudiera haber pagado á un facultativo, no se habría conseguido todo el esmero y la atención que he consagrado á este infeliz eclesiástico. Á no ser por , su vida se habría extinguido en medio de tormentos y agonías en los dos primeros años que siguieron á la perpetración de su crimen y el tuyo.

Puede decirse que buscó un refugio en su misma exposición á la vergüenza pública, y que temía el momento en que esa protección le faltara. Embargada por tales ideas, apenas oyó una voz que resonaba detrás de ella y que repitió su nombre varias veces con acento tan vigoroso y solemne, que fué oído por toda la multitud. ¡Óyeme, Ester Prynne! dijo la voz.

Pero Ester Prynne, con un espíritu lleno de innato valor y actividad, y por largo tiempo no sólo segregada, sino desterrada de la sociedad, se había acostumbrado á una libertad de especulación completamente extraña á la manera de ser del eclesiástico.

Y ¿quién se dice, mi excelente señor, que es el padre de la criaturita, que parece contar tres ó cuatro meses de nacida, y que la Sra. Prynne tiene en los brazos? En realidad amigo mío, ese asunto continúa siendo un enigma, y está por encontrarse quien lo descifre, respondió el interlocutor. Madama Ester rehusa hablar en absoluto, y los magistrados se han roto la cabeza en vano.

Si la misma multitud que presenció el castigo de Ester Prynne hubiera podido ser convocada ahora, no le habría sido posible distinguir las facciones de rostro alguno en el tablado, ni apenas los contornos de una forma humana en las profundas tinieblas de la media noche. Pero la población toda estaba entregada al sueño. No había peligro de que pudieran sus moradores descubrir nada.

: lo conocí, ¿No me reveló ese secreto la voz íntima de mi corazón desde la primera vez que le , y después cuantas veces le he visto desde entonces? ¿Por qué no lo comprendí? ¡Oh Ester Prynne! ¡qué poco, qué poco conoces todo el horror de esto! ¡Y la vergüenza!... ¡la vergüenza!... ¡la horrible fealdad de exponer un corazón enfermo y culpado á las miradas del hombre que con ello tanto había de regocijarse!... ¡Mujer, mujer, eres responsable de esto!... ¡Yo no puedo perdonarte!

Y allí estaba el ministro con la mano puesta sobre el corazón; y Ester Prynne, con la letra bordada brillando en su seno; y la pequeña Perla que era en misma un símbolo y el lazo de unión entre aquellos dos seres.

Dimmesdale, entonces tiene un medio de arreglar las cosas de manera que la marca se ostente á la luz del día y sea visible á los ojos de todo el mundo. ¿Qué es lo que el ministro trata de ocultar con la mano siempre sobre el corazón? ¡Ah! ¡Ester Prynne! ¿Qué es lo que oculta, buena Sra. Hibbins? preguntó con vehemencia Perla. ¿Lo has visto? Nada, querida niña, respondió la Sra.