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Actualizado: 16 de julio de 2025
Créeme, buen carcelero, pronto habrá paz en esta morada; y te prometo que la Sra. Prynne se mostrará en adelante más dócil á la autoridad y más tratable que hasta ahora. Si Su Señoría puede realizar eso, contestó el carcelero, os tendré por un hombre indudablemente hábil.
La autoridad que hemos seguido principalmente, esto es, un manuscrito de fecha muy antigua, redactado en vista del testimonio verbal de varias personas, algunas de las cuales habían conocido á Ester Prynne, mientras otras habían oído su historia de los labios de testigos presenciales, confirma plenamente la opinión adoptada en las páginas que preceden.
Ester Prynne había, pues, regresado y tomado de nuevo la divisa de su ignominia, ya largo tiempo dada al olvido. ¿Pero dónde estaba Perlita? Si aún vivía, se hallaba indudablemente en todo el brillo y florescencia de su primera juventud.
Tal era la posición que el ministro ocupaba, cuando inclinó la cabeza sobre el borde del púlpito al terminar su discurso. Entre tanto, Ester Prynne permanecía al pie del tablado de la picota con la letra escarlata abrasando aún su corazón. Oyéronse de nuevo los sones de la música y el paso mesurado de la escolta militar que salía por la puerta de la iglesia.
Ester Prynne comprendió ahora perfectamente el mal inmenso hecho á este hombre desgraciado, y de que era ella responsable, al dejarle permanecer por tantos años, más aun, por un solo momento, á la merced de un hombre cuyo propósito y objeto no podían ser sino perversos.
Ester Prynne, dijo clavando la mirada naturalmente severa en la portadora de la letra escarlata, en estos días se ha hablado mucho de tí.
Y luego, al través de la habitación que hacían tan horrible estas visiones espectrales, se deslizó Ester Prynne, llevando de la mano á Perlita, en su traje color de escarlata, y señalando con el índice, primeramente la letra que brillaba en su seno, y luego el pecho del joven eclesiástico. Ninguna de estas visiones le engañó jamás por completo.
Las revelaciones que de este modo se presentaron á sus ojos la llenaban de terror. ¿Y cuáles eran? ¿Pero qué podían ser sino las insidiosas insinuaciones del ángel malo, que habría deseado persuadir á aquella mujer, que estaba luchando y era solo su víctima á medias, que el aspecto exterior de pureza no era más que una mentira, y que si la verdad se conociera, la letra escarlata brillaría en más de un seno, y no únicamente en el de Ester Prynne? ¿Debía ella acaso recibir esas obscuras insinuaciones como si fueran una cosa real y positiva?
Así acontecía también con los hombres de alto copete, que se consideraban los guardianes de la moralidad pública. Los individuos privados habían perdonado ya completamente á Ester Prynne su fragilidad; aún más, habían empezado á considerar la letra escarlata, no como el signo que denunciaba una falta, tan larga y duramente expiada, sino como el símbolo de sus muchas y buenas acciones.
Vd. tiene que ser un extranjero recién llegado, amigo, le respondió el hombre, dirigiendo al mismo tiempo una mirada curiosa al que hizo la pregunta y á su salvaje compañero, de lo contrario habría Vd. oído hablar de la Señora Ester Prynne y de sus fechorías. Ha sido motivo de un gran escándalo en la iglesia del santo varón Dimmesdale. De veras, replicó el otro.
Palabra del Dia
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