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Actualizado: 16 de julio de 2025
Honradas esposas, dijo una dama de cincuenta años, de facciones duras, voy á deciros lo que pienso. Redundaría en beneficio público si nosotras, las mujeres de edad madura, de buena reputación, y miembros de una iglesia, tomásemos por nuestra cuenta la manera de tratar á malhechoras como la tal Ester Prynne. ¿Qué pensáis, comadres?
La escena aquella no carecía de esa cierta solemnidad pavorosa que producirá siempre el espectáculo de la culpa y la vergüenza en uno de nuestros semejantes, mientras la sociedad no se haya corrompido lo bastante para que le haga reir en vez de estremecerse. Los que presenciaban la deshonra de Ester Prynne no se encontraban en ese caso.
Por consiguiente, dediqué mis pensamientos á la historia de Ester Prynne, que fué objeto de mis meditaciones muchas y muchas horas, mientras me paseaba á lo largo de mi habitación, ó atravesaba cien y cien veces el espacio, nada corto por cierto, que mediaba entre la puerta principal de la Aduana y una de las laterales.
Así decía Ester Prynne dirigiendo sus tristes miradas á la letra escarlata. Y después de muchos, muchos años, se abrió una nueva tumba, cerca de otra ya vieja y hundida, en el cementerio de la ciudad, dejándose un espacio entre ellas, como si el polvo de los dos dormidos no tuviera el derecho de mezclarse; pero una misma lápida sepulcral servía para las dos tumbas.
Palabra del Dia
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