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: lo conocí, ¿No me reveló ese secreto la voz íntima de mi corazón desde la primera vez que le , y después cuantas veces le he visto desde entonces? ¿Por qué no lo comprendí? ¡Oh Ester Prynne! ¡qué poco, qué poco conoces todo el horror de esto! ¡Y la vergüenza!... ¡la vergüenza!... ¡la horrible fealdad de exponer un corazón enfermo y culpado á las miradas del hombre que con ello tanto había de regocijarse!... ¡Mujer, mujer, eres responsable de esto!... ¡Yo no puedo perdonarte!

Esta mañana, cuando Amalia me dijo lo que me dijo, toda la sangre se me hizo como un veneno, y me propuse aborrecerte, pero aborrecerte en toda regla, no creas... y no perdonarte aunque te me pusieras delante de rodillas. ¡Pero es una tan débil...! ¡Si merecemos todo lo que nos pasa...! Es la mayor desgracia ser así, tan simplona... Como que estamos a merced de esas... secuestradoras, que de tiempo en tiempo nos prestan a nuestros propios maridos para que no alborotemos...

Dio ella un ligero grito y exclamó: ¡Con que era el Rey! Así se lo dije a mi madre apenas vi el retrato de Su Majestad. ¡Oh, señor, perdón! No recuerdo tener nada que perdonarte dije. Pero, señor, todas aquellas cosas que dijimos... ¡Oh, te las perdono de todo corazón! Voy a decirle a mi madre... Ni una palabra le ordené.

Yo estoy seguro de que no tengo que perdonarte nada dijo el rey volviendo á su debilidad habitual, y procurando excusarse de entrar en explicaciones que le asustaban, porque á primera vista parecían graves. No, no; me habéis de oír: os lo suplico dijo la reina , necesito librar mi conciencia de este peso.

De repente ella sale de su rincón y me besa locamente a través de su velo, murmurando entre sollozos: ¡Perdóname, perdóname, querido, querido amigo! La escena del cenador vuelve de improviso a mis ojos, recuerdo haberme sentido desconcertado entonces por una frase análoga. Pero ¿qué es digo, qué es lo que tengo que perdonarte?

María entró en la alcoba, y poniéndose de rodillas al lado de la cama, besó respetuosamente las manos que su madre le tendía. Perdóname, mamá; perdóname el disgusto que te he dado... Te has puesto enferma por mi causa, pero el Señor querrá sanarte pronto... No, hija mía; no tengo de qué perdonarte; has hecho lo que Dios te ha ordenado.

Al caer la tarde se le presentó Pateta en la imprenta a pedirle perdón, creyendo ser el causante de todo. No tengo nada que perdonarte: no has tenido mala intención: así, o de otro modo, ello tenía que suceder.

La huérfana calló, y de sus ojos húmedos se desprendieron dos lágrimas que cayeron en las violetas como dos gotas de rocío. ¡Perdón! repetí, estrechando a la joven entre mis brazos, y atrayendo su gallarda cabeza. ¡Perdóname, Linilla! Y sobrecogida de espanto me apartó dulcemente. ¡Cómo no perdonarte!

TERPSY. ¡Es cierto...! ¡Me abandonaste cochinamente hace veinte años...! ¡Pero tuve tiempo de perdonarte...! ¡Te di los mejores años de mi juventud, bandido...! ¡Y no lo siento...! ¡Quia...! ¡Cuánto me alegra que hayas venido...!