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¡Ven ya, mi dulce amor! ¡Ven, que entre tanto lo admiro todo, pero... no me llena! ¡Vén a enjugar por fin mi acerbo llanto! Vén ¡la nostalgia el corazón me apena! Yo soy un sueño, un imposible, vano fantasma de niebla y luz; soy incorpórea, soy intangible; no puedo amarte. ¡Oh, ven, ven ! ¿Por qué tan lejos, mi bien, y de tan apartado, continuamente suspiros por de mi pecho arranco?

El choque de la vajilla hiere cruelmente los oídos y las escasas palabras que se cambian salen temblorosas y sin aliento de los labios. El espíritu protesta sordamente contra aquella brutal necesidad que el cuerpo le impone y que le obliga a detener para un acto tan miserable la expresión de su acerbo dolor y el curso de sus melancólicos pensamientos.

Al dar el primer paso en el camino de Trembles tuve como un recrudecimiento de recuerdos que hizo más acerbo aquel dolor, pero menos tirante. Hacía mucho frío. La tierra estaba dura, la noche casi había cerrado, de modo que la línea de las costas y el mar formaban un solo horizonte compacto y casi negro. Un postrer residuo de luz rojiza se extinguía poco a poco y palidecía de minuto en minuto.

Aunque les obligaron a acostarse algunas horas, el sueño no cerró sus párpados ni un instante. Al amanecer estaban en pie, con el semblante descompuesto, los ojos hundidos y rodeados de círculo oscuro, testimonio de su acerbo padecer. Y otra vez emprendieron aquel fatídico calvario por las calles, recorriendo las oficinas de policía, el juzgado de guardia, las casas de los conocidos.

Después, el libro estaba llenos de recuerdos del muerto: la Condesa confiaba a aquellas páginas sus más caros recuerdos de hija, con un dolor tan acerbo, pero al mismo tiempo consolado por la esperanza cristiana, que en ciertos párrafos parecía hablar aún del padre vivo, como al principio del libro.

Su imaginación se revolvía atormentada por el dolor, presentándole mil cuadros aterradores. Su hijo secuestrado, su hijo maltratado, su hijo pasando hambre y frío en cualquiera cueva, su hijo llamándole con acerbo llanto, mientras unas manos brutales le tapaban la boca... ¡Hijo de mi alma! Se apretaba las sienes con las manos temiendo que fuesen a estallar.

Y en realidad esto, y el más acerbo desdén, parecía que era lo único que había para ella en el corazón de sus conciudadanos. No era aquella una época de delicadeza y refinamiento en las costumbres; y aunque Ester se diese exacta cuenta de su posición, y no hubiera peligro de que la olvidara, con harta frecuencia se la hacían sentir de una manera muy ruda, y cuando ella menos lo esperaba.

Baco la ofrenda cántaros de vino, e implora Pan, cabe sus pies de Flora, loco de amor celeste y peregrino. Para son todas mis ternezas cálidas, y mis rosas pálidas, y mis reales odas. Para mi aliento y también mis rezos, la miel de mis besos y mi pensamiento. Para mis cantos que humedecen llantos de acerbo dolor. Para la esencia de esta mi existencia que atrista el amor.

En una palabra; don Braulio lo hizo tan perfectamente que no despertó en el ánimo de doña Beatriz ni de su linda hermanita la menor sospecha de que su inesperada y súbita determinación pudiese tener por causa un pesar acerbo, ni por móvil y propósito nada de siniestro ni de trágico.

La gran artista, rival de Sara, sufrió mucho, porque toda su vida fué de amor, y ese padecer acerbo informa su arte y lo fecunda. Para desesperarse, como para reír, no necesita Eleonora Duse recurrir á la vulgaridad de los gestos aprendidos: con asomarse á su propio corazón habrá hecho bastante.