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La jarana con que en el hogar se celebraban los chistes del señor Pepe impedía que nadie atendiese al silabeo de la vieja. Merced a la situación de la escalera, dominaba Julián la mesa, trípode y ara del temeroso rito, y sin ser visto podía ver y entreoír algo.

Durante aquellos dos días, hallábase la joven muy cohibida delante de la que iba a ser su tía, porque esta no bajaba del trípode ni cesaba en sus correcciones; y rara vez abría la boca Fortunata sin que la otra dejara de advertirle algo, ya referente a la pronunciación, ya a la manera de conducirse, mostrándose siempre autoritaria, aunque con estudiada suavidad. «En los conventos decía , se corrigen muchos defectos; pero también se adquieren modales encogidos.

Una lámpara de siete mecheros, puesta sobre un trípode o candelabro de bronce, ilumina la estancia. Puertas al fondo y a los lados. PROCLO, de edad de cincuenta años, seco, escuálido, consumido por vigilias, ayunos, estudios y mortificaciones, aparece sentado en un sitial. Su discípulo, MARINO, está de pié, junto a él. MARINO. ¡Maestro! ¿Estás decidido a recibir esta noche? PROCLO. Lo estoy.

Vio entonces a su espalda, en el mismo salón azul, una dama muy apuesta y elegante dormida en una butaca: tenía en la mano un número de un periódico de modas, caído negligentemente sobre la falda, y dábale de lleno en el rostro la tibia luz de una gran lámpara colocada en un trípode, cuyos reflejos recogía amplia pantalla de seda de suaves matices... Era Isabel Mazacán, la pérfida Mazacán, reconciliada dos meses antes con Currita y dispuesta a pelearse otras mil veces con ella en cuanto el tiempo y la ocasión se presentasen.

Se agita como sobre un trípode y sus palabras se arrastran o retumban con acentos proféticos. Destruye, no obstante, la sofística de Simon, y sin injuriarlo por su intención, hace ver el caos que sobrevendría a la prensa sin ningún género de moderador. El voto le da el triunfo. Luego, la sesión se arrastra, levántome y tomo mi sombrero para trasladarme al Palacio Borbón.

Y estos coquillos negros estaban muy pulidos por dentro, y en todo su exterior trabajados en relieve sutil como encaje. Cada taza descansaba en una trípode de plata, formada por un atributo de algún ave o fiera de América, y las dos asas eran dos preciosas miniaturas, en plata también, del animal simbolizado en la trípode.

Encima de todo esto, una larga tabla en figura de media, pintada de negro, fija en la muralla y perpendicular á ella, servía de muestra principal. En el interior todo era armonía y buen gusto; en el trípode del centro tenían poderoso cimiento las caderas de doña Ambrosia, y más arriba se ostentaba el pecho ciclópeo y corpulento busto de la misma.

A lo lejos se oía un eco de voces siniestras, las voces del tumulto popular, que rodaba por la villa agitándola toda. El cafetero continuaba inmóvil en su trípode. Dos luminosos puntos de claridad verdosa brillaban detrás de él. Era Robespierre que se acercaba á su amo, y saltando por encima de sus hombros, se ponía delante para recibir una caricia.

Marchaban días, semanas, meses, por la llanura casi líquida. Dormían sobre troncos caídos, teniendo que espantar en mitad del sueño la vecindad de los caimanes. Guisaban su alimento sobre un trípode de ramas, devorando con fango hasta el pecho el ave acuática o el lagarto mal chamuscados. Un paso en falso les bastaba para desaparecer.

Un largo anteojo montado ante la puerta sobre un trípode enorgullecía á los socios. Les bastaba á los tíos de Ulises aplicar una ceja al ocular para decir al momento la clase y la nacionalidad del buque que se deslizaba por la lejana línea del horizonte.