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¡Más lástima que aquella paloma blanca caiga entre las uñas del zote que tiene á su lado! replicó Plutón devorando con los ojos á la hermosa Demetria y remachando sus palabras con otra blasfemia. Joyana y Plutón, así llamados el primero por el pueblo en que nació, el segundo por mote que le puso un ingeniero, eran dos mineros hábiles que había traído consigo el director.

También he pensado en eso respondió Leto devorando el amargor que le producía el recuerdo de aquel caso, que era la primera estación del Calvario que él había venido imaginándose . En cuanto lleguemos al muelle, irá Cornias volando a Peleches en busca de la ropa que usted necesite... Se dirá, para no alarmar, que se ha mojado usted, no lo que ha sucedido...

Su hermano hablaba de despertarle á bofetadas; pero Pimentó intervino bondadosamente, como un vencedor magnánimo. Ya le despertarían á la hora de cenar. Y afectando dar poca importancia á la porfía y á su propia fortaleza, habló de su falta de apetito como de una gran desgracia, después de haberse pasado dos días en aquel sitio devorando y bebiendo brutalmente.

Sintiose un leve soplo de viento ábrego y la espesa capa del cielo comenzó a enrarecerse despidiendo tenue y escasa claridad, que hizo resaltar las siluetas de los soldados y los árboles y los enormes bultos de las montañas que cerraban el valle. El silencio en la comitiva era sepulcral. Los presos no cambiaban entre palabra alguna, devorando su rabia y tristeza.

Emprendiéronla entonces con los depósitos de trépang, devorando las olutarias con bestial avidez. Al pie de las peñas ardían grandes hogueras, señal evidente de que estaban preparando el festín de carne humana. A las dos de la tarde todos los barriles de agua y el lastre de arena habían sido arrojados al mar, aligerando al buque de un peso de cerca de cuarenta toneladas.

Subieron después las escalerillas, respirando con deleite al llegar a la cubierta. La tarde estaba cada vez más obscura, como si en mitad de ella fuese a caer la noche. No se veía la costa. Una muralla gris alzábase entre ella y el buque, y parecía avanzar con lentitud, devorando el verde polvoriento de las aguas. ¡Pucha! ¡La niebla! exclamó Zurita . Tenemos para rato.

Poema tranquilo y dulce la una; poema sombrío y desgarrador la otra; dos grandes mujeres, consideradas en cuanto al corazón, pero puestas en condiciones enteramente distintas: la una, altiva con su dignidad de mujer y de nobleza de raza; la otra, humilde, paciente, devorando en silencio las contrariedades de su nacimiento y de su vida; las dos hermosas, espirituales, codiciadas, celebradas; las dos hablando con lenguaje tentador, elocuente, al joven.

Pero yo no qué vio de pronto en la luz del aposento, que se lanzó, con aquella fuerza que siempre la arrastraba, un tiempo hacía, a leer los fenómenos meteorológicos en la bóveda celeste, a uno de los cuarterones de la puerta de la solana. Allí se estuvo unos instantes devorando el espacio con los ojos.

Armaba cada pelotera de vez en cuando con la vecina del segundo, que la casa temblaba. ¡Así me gustan a ! murmuró D. Laureano atusándose con mano trémula el bigote y devorando con los ojos a la hermosa chula, ¡Que muerdan y arañen como los gatos!

Y efectivamente, el joven era aplicado. Pasábase las noches en vela, devorando á Eusebio, á Cavalario y á Grotius. Atarugábase con enormes raciones diarias del libro De locis teologices, y cuando iba á clase descollaba entre todos.