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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Con Espronceda, Ros de Olano, Enrique Gil y Florentino Sanz asistía al cenáculo del café del Príncipe, amable lugar donde se forjaron algunas de esas queridas narraciones que tanto nos han emocionado en nuestros primeros devaneos sentimentales, cuando pasábamos horas enteras devorando las pintorescas ediciones de Gaspar y Roig.

Veíalos yo durante la baja mar de lo alto de una roca, y á pesar de encontrarme muy elevado, al observar que los miraba, la asamblea emprendía su retirada, corriendo de través los guerreros y metiéndose en un instante cada cual en su garita. Ellos no son ningunos Aquiles sino más bien Aníbales. Sólo atacan cuando se sienten fuertes, devorando á vivos y muertos.

La señora de Freneuse, pálida como una muerta, permaneció un instante inmóvil, devorando con los ojos á aquel hijo á quien creyó no volver á ver; estalló después en sollozos y ocultó el rostro con las manos como si temiera que se disipase aquella visión deliciosa.

Aunque se sintiese herido en lo vivo por esta réplica indirecta, el P. Melchor no osó responder, y prefirió hacerse el distraído devorando su enojo. Por más que no la confesasen, todos los clérigos de Peñascosa sentían la superioridad del P. Gil, que achacaban, por supuesto, a que era el único entre ellos que había seguido la carrera lata de teología.

Y esto fue largo, muy largo, pues que llegó a medirse por horas, con algunos descansos breves, durante los cuales se movían o se renovaban muchos de los congregados, andando de puntillas y devorando suspiros y sollozos, y volvía a oírse adentro el estertor acompasado del moribundo, y afuera el mugir de los vendavales.

Yo yevo ahora tres entre manos. Y el que así hablaba enorgullecíase de su guapeza incansable, que iba devorando los ahorros de las institutrices.

Toda la familia se había lanzado á la puerta, devorando ansiosa el obscuro horizonte, convencida de que las detonaciones que alarmaban la vega tenían alguna relación con la ausencia del padre. Locos de alegría al verle y al oir sus palabras, no se fijaban en su cara manchada de barro, en sus pies descalzos, en la ropa sucia y chorreando fango. Le empujaron hacia dentro.

Me comparo al médico cuando advierte los progresos de la tisis en una persona querida, prevé los estragos que va a hacer y no sabe ni evitarlos ni remediarlos. »De sobra veo patente el desprecio de que poco a poco va entrando en el corazón de Beatriz y devorando el afecto que me tiene. Pero ¿cómo impedir esto? ¿Cómo probarle que valgo más que los dichosos y encumbrados y ricos?

El padre comía mientras tanto con ávido silencio, devorando lo mejor del plato, y sólo al beber las últimas gotas se fijaba en el chiquitín, pasándolo a sus rodillas. Le daba pequeños pedazos de queso en la punta de su navaja; reía contemplando sus gestos, la grotesca masticación de su boca, semejante a la de un viejo.

El bufón se detuvo como devorando con cierto placer maligno la ansiedad del padre Aliaga. ¿De quién? dijo el fraile con impaciencia. De cierto mancebo á quien ha hecho capitán la reina con vuestro dinero. El padre Aliaga sintió el golpe en medio del corazón; se estremeció. ¿Y ama el señor Juan Montiño á Dorotea? Debe amarla, porque le ama ella: pero si no la ama, y la engaña, peor para él.

Palabra del Dia

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