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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Pondré la luna en cenit, para que caiga de lleno sobre el lomo del monstruo, y me permita simular con líneas de luz en las partes salientes los edificios de París más famosos. Y mientras la luna le acaricia el lomo, y se ve por el contraste del perfil luminoso toda la negrura de su cuerpo, el monstruo, con cabeza de mujer, estará devorando rosas.
Con aquel triste desenlace de todo el día, los inseguros diques que habían mantenido a la pobre sirvienta devorando en silencio las hieles de su pesadumbre, se derrumbaron de golpe, y salieron en torrentes las lágrimas y los gemidos.
Las letras saltaban, estallaban, se escondían, daban la vuelta... cambiaban de color... y la cabeza se iba.... «Esperaría, esperaría». Y dejaba el libro sobre la mesilla de noche, y con delicia que tenía mucho de voluptuosidad, se entretenía en imaginar que pasaban los días, que recobraba la energía corporal; se contemplaba en el Parque, en el cenador, o en lo más espeso de la arboleda leyendo, devorando a su Santa Teresa. «¡Qué de cosas la diría ahora que ella no había sabido comprender cuando la leyera distraída, por máquina y sin gusto!».
Todo fué inútil. Su pasión crecía á cada instante. Como fuego poderoso iba devorando rápidamente sus facultades y sentidos, dejándole reducido al papel de un autómata. Esto le perdió. Su excesivo rendimiento, las manifestaciones, cada vez más vivas y públicas, de su amor, engendraron al cabo un poco de hastío en el alma de la hija del guarda.
Una tarde, á la altura de Portugal, cuando estaban lejos de la ruta seguida por la navegación regular, una columna de humo y de llamas se elevó sobre la cubierta, rompiendo las escotillas y devorando el velamen. Mientras el piloto, al frente de unos negros, pretendía dominar el fuego, el capitán y los tripulantes alemanes escaparon del buque en dos balleneras preparadas.
Marchaban días, semanas, meses, por la llanura casi líquida. Dormían sobre troncos caídos, teniendo que espantar en mitad del sueño la vecindad de los caimanes. Guisaban su alimento sobre un trípode de ramas, devorando con fango hasta el pecho el ave acuática o el lagarto mal chamuscados. Un paso en falso les bastaba para desaparecer.
Se levantaría a la misma hora que él, y mientras Juan vigilase la limpieza de la tienda, ella ayudaría a la criada en «lo de arriba»; trabajar mucho y ahorrar más, pues esto es lo que da salud; y después, a la hora de comer... ¡qué felicidad hablar de los negocios devorando el clásico puchero con el buen apetito que da la actividad!
En cambio, el mar remontaba su lomo, crecía en altura por momentos, devorando con su mandíbula azul y rectilínea un pedazo de cielo á cada revuelta de la ascensión. Sobre la cumbre iba agigantándose el volumen de una mole de albañilería: «El Trofeo», título que había acabado por convertirse en La Turbie, nombre medioeval del pueblecillo amurallado y pardo que se apretuja alrededor del monumento.
Estos y otros lectores asiduos se pasan los periódicos de mano en mano, en silencio, devorando noticias que leen repetidas en ocho o diez papeles. Así se alimentan aquellos espíritus que antes de las once de la noche se van a dormir satisfechos, convencidos de que el cajero de tal parte se ha escapado con los fondos. Lo han leído en ocho o diez fuentes distintas.
Tomó la muleta de manos de Garabato, que se la ofrecía plegada desde dentro de la barrera, tiró del estoque que igualmente le presentaba su criado, y con menudos pasos fue a plantarse frente a la presidencia, llevando la montera en una mano. Todos tendían el pescuezo, devorando con los ojos al ídolo, pero nadie oyó el brindis.
Palabra del Dia
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