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Actualizado: 9 de junio de 2025


Por eso no la movía un instante del plato, devorando el cocido que su tía le había servido, sin mascar los bocados. Llegó un instante, sin embargo, en que por casualidad o por atracción magnética se encontraron sus ojos. Y ya no pudo más. Otro flujo de risa; los garbanzos esparcidos por la mesa; los rostros de los comensales vueltos de nuevo hacia él.

El niño, avezado a callar por el largo y silencioso sufrir de su corta vida, calló una vez más devorando su rencor y sus lágrimas, y una hora después, cuando la campana llamaba a los alumnos a clase, Paco Luján no dio señales de haberla oído y siguió clavado en el banco, con la cabeza entre las manos, sin más muestras de vida que los frecuentes estremecimientos nerviosos que recorrían todo su cuerpo.

Durante un par de semanas leyó mucho, devorando obras diferentes, y como tenía facilidad de asimilación y mucha labia, lo que leía por las mañanas lo desembuchaba por las noches en el café convertido en pajaritas. Pajaritas eran sus conceptos; pero no por serlo, dejaban de cautivar a D. Basilio, a Leopoldo Montes y al mismo Feijoo.

Morales no había logrado ver nunca al pájaro diminuto, soberano de la selva, pero lo conocía de fama desde su niñez. Tenía por armas su pico, un terrible pico fuerte como el acero mejor templado, y una infernal mala intención. Allí donde clavaba su arma abría orificio, y el golpe iba dirigido siempre á la cabeza del adversario, devorando inmediatamente su cerebro al descubierto.

Amalia se detuvo un instante y la contempló con ardiente mirada, devorando con los ojos aquel semblante grave y melancólico que tan fielmente reflejaba el de Luis. Dio un paso y la niña volvió la cabeza. La mirada de sus ojos azules era igualmente dulce y triste; el movimiento de las pestañas, idéntico.

Un amigo corrió á la taberna para traer una larga ristra de guindillas. Esto le devolvería el apetito. La bufonada provocó grandes risotadas, y Pimentó, para asombrar más á sus admiradores, ofreció el manjar infernal al Terreròla que aún se sostenía firme, mientras él, por su parte, lo iba devorando con la misma indiferencia que si fuese pan. Un murmullo de admiración circuló por el corro.

Ángel recogió la tarjeta, y salió, con ella en la mano, del despacho de su padre; y es cosa averiguada que en cuanto se vio solo y encerrado en su gabinete, desahogó las fatigas de su pecho regando con lágrimas ardientes y devorando a besos resonantes aquella imagen fidelísima de la más hechicera «obra del demonio». ¡Resolver el conflicto!

Al ver al viejo sentado en su poltrona, con la espalda un tanto caida sobre el pecho; con la frente un tanto caida tambien, como si las canas la agobiasen: al ver sus ojos que de soslayo y furtivamente miran á la muchacha como el milano mira á la tórtola, reflejando de un modo tan característico la sábia malicia de la experiencia; al estudiar la cara de aquel hombre, cuya mirada fraudulenta parece pasearse sobre la jóven, no pudiendo adivinar nosotros si se entristece, ó si se extasía devorando un goce que ha muerto en su organizacion, pero que vive y que palpita en su memoria y en su ansiedad: al mirar aquel corazon que ya no late en aquella vejez; al mirar aquella vejez que late aún en aquel corazon: más todavía; al contemplar las piernas del viejo, cruzada la una sobre la otra, mientras que la derecha parece moverse como si quisiera decirnos: ¡quién habia de pensarlo! ¡Quién habia de pensar que aquellos tiempos pasaran tan pronto!

Luego vino a sentarse de nuevo y siguió devorando lo que le ponían delante. Llegó el turno a los boquerones preparados expresamente para ella. Era uno de los gustos plebeyos que conservaba. Tantos engulló, que excitó la admiración y la risa de los comensales. Socorro dijo, sin embargo, por lo bajo a su querido, "que daba asco verla comer". Creía de buen tono padecer de dispepsia y comer poco.

Pensaba la infeliz que, devorando sus quejidos y tapando con sonrisas forzadas la expresión de sus tristezas, y con drogas y menjurjes el color de la agonía y las arrugas de los años y de las zarpadas de la enfermedad, ni ésta avanzaba ni las gentes la velan; sin caer, o mejor dicho, no queriendo caer en la cuenta de que aquellos esfuerzos del ánimo, con aquel vivir sin sosiego, eran a sus males lo que el combustible a la hoguera: cebo que los alimentaba y los embravecía.

Palabra del Dia

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