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Desde entonces se convirtió, no sólo en espectador, sino también en actor principal de lo que pasaba en lo más recóndito del pecho del pobre ministro. Podía hacer de él lo que quisiera. Si se le antojaba despertarle con una sensación de agonía, ahí estaba su víctima sobre el potro del tormento.

No estaba, sin embargo, D. Luis todo lo seguro y tranquilo que debiera estar, después de haberse resuelto a imitar a San Eduardo. Hallaba aún cierto no qué de criminal en aquella visita que iba a hacer, sin que su padre lo supiese, y estaba por ir a despertarle de su siesta y descubrírselo todo. Dos o tres veces se levantó de su silla y empezó a andar en busca de su padre; pero luego se detenía y creía aquella revelación indigna, la creía una vergonzosa chiquillada.

Así le sorprendió la claridad del día, un día triste y sucio, como casi todos los del invierno en Peñascosa. Alzose al fin como un sonámbulo, entró en la alcoba y se dejó caer pesadamente en la cama. Ramiro no pudo despertarle a las nueve para tomar el desayuno. Era un sueño invencible, de aniquilamiento, semejante a la muerte.

No la pasó ansí Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban.

El P. Gil ni creyó bueno el despertarle para despedirse, ni se atrevió a marcharse sin hacerlo. En esta incertidumbre, se puso a hojear algunos libros que andaban esparcidos sobre la mesa. Tropezaron sus ojos con uno de geografía, y leyó distraídamente algunos párrafos. Al cabo la lectura logró interesarle.

Comenzar Valentín el estudio de las matemáticas de Instituto y revelar de golpe toda la grandeza de su numen aritmético, fué todo uno. No aprendía las cosas, las sabía ya, y el libro no hacía más que despertarle las ideas, abrírselas, digámoslo así, como si fueran capullos que al calor primaveral se despliegan en flores. Para él no había nada difícil, ni problema que le causara miedo.

Algo atisbó, sin embargo, que vino a despertarle la sospecha de que el tal proyecto de tratado secreto no era precisamente con el Gobierno alemán, sino con la repostería de Lhardy, poderosa potencia gastronómica de la Carrera de San Jerónimo: entre los peludos dedos del diplomático asomaba por una esquinita la viñeta de las cuentas del célebre Emilio.

Con esta aventura, mi amigo no hacía sino repetir el vaticinio de la gitana, y nada podía, no ya distraerle, pero ni aun picarle la curiosidad ni despertarle el gusto.

Simoulin se mostraba insensible á las malas noticias. Eran, según él, invenciones de los enemigos. Pero ¡ay! la realidad se encargó de despertarle un día, con rudo manotazo. Los alemanes se habían extendido por Bélgica é iban á pasar de un momento á otro la vecina frontera, entrando en Francia. Muchos vecinos de la ciudad huían.

11 Dicho esto, les dice después: Lázaro nuestro amigo duerme; mas voy a despertarle del sueño. 12 Le dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, salvo estará. 13 Mas esto decía Jesús de la muerte de él; y ellos pensaron que hablaba del sueño de dormir. 14 Entonces, pues, Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto;