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Su magnífica copa alzábase en medio de un solar, «donde las necesidades de la población, obligarán á construir manzanas de casas; entonces caerá al golpe del hacha, como sus míseros compañerosmientras que, diremos con un ilustre escritor, la ciudad de Sevilla, indiferente al recuerdo de aquellos ciudadanos, que más honra le dieron, verá desaparecer, sin fijar en ello su atención, ese postrer vestigio de una época, en que las letras y las virtudes cívicas florecieron y fueron honradas en Andalucía; y verá caer, sin sentimiento de pena aquel testigo de los generosos esfuerzos de un hombre, que, según el docto caballero Pero Mexia, «debe ser alabado y merece que los que en esta ciudad vivimos roguemos á Dios por su ánima, la cual según fué su vida tan virtuosamente gastada en letras y en honestos exercicios, y su tan christiana y buena muerte yo creo cierto que está en la gloria de Jesucristo

Su figura delicada y endeble alzábase soberbia en el sitio más eminente de la roca y descollaba sobre el azul del cielo. Los dos amantes, situados en un lugar más bajo, desaparecían delante de él como desaparecen de los ojos del público los actores secundarios cuando entra en escena el protagonista del drama.

Subieron después las escalerillas, respirando con deleite al llegar a la cubierta. La tarde estaba cada vez más obscura, como si en mitad de ella fuese a caer la noche. No se veía la costa. Una muralla gris alzábase entre ella y el buque, y parecía avanzar con lentitud, devorando el verde polvoriento de las aguas. ¡Pucha! ¡La niebla! exclamó Zurita . Tenemos para rato.

Los tejados de la catedral, negruzcos y vulgares, extendíanse a los pies de Gabriel. Enfrente, sobre una colina, alzábase el Alcázar, más alto y enorme que el templo, como si guardase el espíritu del emperador que lo construyó. César del catolicismo, campeón de la fe, pero que ansiaba tener la Iglesia a sus pies. La ciudad esparcía sus techumbres en torno de la catedral.

A un lado alzábase la colina de San Salvador con su ermita en la cumbre, rodeada de pinos, cipreses y chumberas. El tosco monumento de la piedad popular parecía hablarle como un amigo indiscreto, revelando el motivo que le hacía abandonar a los partidarios y desobedecer a su madre. Era algo más que la belleza del campo lo que le atraía fuera de la ciudad.

Pero este triunfo le llenaba de tristeza. ¡Cómo le odiaba la gente! La vega entera alzábase ante él á todas horas, ceñuda y amenazante. Aquello no era vivir. Hasta de día evitaba el abandonar sus campos, rehuyendo el roce con los vecinos. No les temía; pero, como hombre prudente, evitaba las cuestiones con ellos.

Al mover con trabajo aquel gran torso atlético desprovisto de base los rasgos de su fisonomía se contraían con expresión de feroz impotencia que inspiraba tristeza y miedo. Pero si su cuerpo se abatía a ojos vistas, alzábase su orgullo cada vez con más brío.

Después de caminar un cuarto de hora, llegaron a un estrecho claro que se abría en medio de la maleza, junto a un arroyo disimulado por gigantescas plantas acuáticas. En medio del claro alzábase un misérrimo ranchito de barro, ramas y paja.

Sobre la cumbre del promontorio alzábase la torre del Pirata. ¡Cuánto había soñado y sufrido en ella!... ¡Cómo la amaba al recordar que en su interior, solo y olvidado del mundo, había incubado esta pasión que iba a llenar el resto de una vida sin objeto hasta entonces!...

Una aldea que blanqueaba entre los campos al pie de Serantes, era San Pedro Abanto; más allá, al lado de una ría, alzábase la montaña de Somorrostro. Dos nombres famosos que conocía toda España después de la guerra civil.