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Sobre el peñasco del frente descollaba el fuerte de San Cristóbal, coronado por las copas de higueras silvestres, como lo está un viejo druida por hojas de encina. A pocos pasos de allí descubrió Stein un objeto que le sorprendió mucho. Era una especie de jardín subterráneo, de los que llaman en Andalucía navazos.

En mitad de los jumeones descollaba el hermano mayor de la cofradía, con túnica de seda azul sobre el frac, y empuñando larga pértiga de plata.

Descollaba entre todos, así por lo rubio como por lo buen mozo y gallardo, el elegante y noble mancebo Mutileder.

En el séquito descollaba el Reverendo Padre Fray Francisco Álvarez, elocuente y verídico historiador de la Embajada misma, a cuya narración nos remitimos, y alma además de las negociaciones diplomáticas, porque el tal don Rodrigo era muito parvo, si hemos de dar crédito a las hablillas y murmuraciones de sus subordinados.

Y efectivamente, el joven era aplicado. Pasábase las noches en vela, devorando á Eusebio, á Cavalario y á Grotius. Atarugábase con enormes raciones diarias del libro De locis teologices, y cuando iba á clase descollaba entre todos.

El busto era hermoso, aunque, como se verá más adelante, había en él algo y aun algos de falseamiento de la verdad. Descollaba doña Lupe por la inteligencia y por el prurito de mostrarla a cada instante.

Gonzalo, en el medio del salón, mostrábase también alegre, departiendo cuándo con una, cuándo con otra dama. Había bailado con su cuñada un rigodón, y una polka y un vals con dos amigas de su esposa. Sudaba copiosamente. No cesaba de limpiarse la frente con el pañuelo. Su gran figura de coloso, descollaba como una torre por encima de todas las cabezas.

Su figura delicada y endeble alzábase soberbia en el sitio más eminente de la roca y descollaba sobre el azul del cielo. Los dos amantes, situados en un lugar más bajo, desaparecían delante de él como desaparecen de los ojos del público los actores secundarios cuando entra en escena el protagonista del drama.

Lucía el Casino entre su maltratado mueblaje un caduco sofá de gutapercha, gala del gabinete de lectura: sofá que pudiera llamarse tribuna de los maldicientes, pues allí se reunían tres de las más afiladas tijeras que han cortado sayos en el mundo, triunvirato digno de más detenido bosquejo y en el cual descollaba un personaje eminentísimo, maestro en la ciencia del mal saber.

Lucía, risueña, con su ajustado casaquín, natural y sonrosada la color del semblante, descollaba entre todos, y dijérase que la luz amarillenta y cruda de los mecheros de gas se concentraba, proyectándose únicamente sobre su cabeza y dejando en turbia media tinta las de los demás comensales.