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Y sin que renunciara a consagrar el resto del día al idealismo, en buen hora despertado por las relaciones de su amigo, consintió el Marquesito en pasar a la cocina de su casa, al oler lo que guisaban aquellas señoras. En la cocina de los Vegallana se reflejaba su positiva grandeza.

Otras veces, los que eran más brutales en su batalla con el hambre, si conseguían matar a pedradas en el campo un cuervo o algún otro pajarraco de rapiña, conducíanlo en triunfo al cortijo y lo guisaban, celebrando con una risa de desesperados este banquete extraordinario. Los hombres empezaban de pequeños el aprendizaje de la fatiga aplastante, del hambre engañada.

Tres comidas tenían al día los braceros, todas de pan: una alimentación de perros. A las ocho de la mañana, cuando llevaban más de dos horas trabajando, llegaba el gazpacho caliente, servido en un lebrillo. Lo guisaban en el cortijo, llevándolo a donde estaban los gañanes, muchas veces a más de una hora de la casa, cayéndole la lluvia en las mañanas de invierno.

En vano seguían rezando a gritos en sus casas, para que se enterasen los vecinos de la calle, imitando en esto a sus abuelos, que hacían lo mismo y además guisaban la comida en las ventanas con el propósito de que viesen todos que comían cerdo. Los odios tradicionales de separación no caían vencidos.

Marchaban días, semanas, meses, por la llanura casi líquida. Dormían sobre troncos caídos, teniendo que espantar en mitad del sueño la vecindad de los caimanes. Guisaban su alimento sobre un trípode de ramas, devorando con fango hasta el pecho el ave acuática o el lagarto mal chamuscados. Un paso en falso les bastaba para desaparecer.

Pidieron de cenar; respondióles Argüello que en aquella posada no daban de comer a nadie, puesto que guisaban y aderezaban lo que los huéspedes traían de fuera comprado; pero que bodegones y casas de estado había cerca, donde sin escrúpulo de conciencia podían ir a cenar lo que quisiesen. Tomaron los dos el consejo de Argüello, y dieron con sus cuerpos en un bodego.

Allí comparecían de costumbre hechiceras que tenían pacto con el demonio y guisaban en sus nocturnos aquelarres toda suerte de daños contra las gentes; judaizantes, que asesinaban niños cristianos para embeber en su sangre una hostia consagrada y celebrar con ella nefandas ceremonias; luteranos, que buscaban demoler la santa Iglesia de Cristo difundiendo por España la peste de la herejía; alevosos moriscos, que seguían predicando las bellaquerías de su secta y el deber de la rebelión y la venganza.

Dios, que envía los peligros al hombre de mar, sabe que sus malas palabras carecen de malicia. Su religiosidad se extendía á las profundidades. Nada quería decir de los peces del Océano. Le inspiraban la misma indiferencia que aquellos buques fríos y sin perfume que ignoraban el aceite y todo lo guisaban con «pomada». Debían ser herejes.

Algunos en cazar de los ratones Tan diestros y tan hábiles estaban, Que en trueco de una, ó dos, ó mas raciones, Un número tasado concertaban: Tambien habia una especie de lirones, Que al modo de conejos se guisaban, Y aunque faltaba aceite y vino añejo, La gran hambre prestaba salmorejo.