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Aunque sea mala comparación, nadie, que no esté demente, compra un rico vaso de china, un artístico jarrón de porcelana de Sevres para ponerle en el corral y echar en él afrecho que coman las gallinas. Para esto basta y sobra con un lebrillo o con un tinajón de Lucena. El vaso artístico requiere un bello salón donde colocarle: pide flores peregrinas que luzcan en él.

Y hay también una tinaja con una tapadera de palo, y un pequeño lebrillo puesto en un soporte que está clavado en el centro de un pintoresco cuadro de azulejos, y una toalla limpia que cuelga de la pared y flamea al viento que se cuela del patio.

En el aguaducho, cargado de vasos, descollaban el fanal de los azucarillos y la botija con espita, tras cuya gruesa panza se ocultaban el tarro de las guindas y la bandeja de los bollos, en tanto que la aguadora, dando conversación a un guarda, fregaba en el lebrillo las cucharillas de latón.

El sebo, panza y lebrillo de la vaca lo comen crudo y gustan mucho de ello, de suerte que cuando hacen invasion en nuestras fronteras, no son sentidos, porque como no necesitan de fuego para comer, se introducen con facilidad.

Tres comidas tenían al día los braceros, todas de pan: una alimentación de perros. A las ocho de la mañana, cuando llevaban más de dos horas trabajando, llegaba el gazpacho caliente, servido en un lebrillo. Lo guisaban en el cortijo, llevándolo a donde estaban los gañanes, muchas veces a más de una hora de la casa, cayéndole la lluvia en las mañanas de invierno.

No quiero describir aquí con todos sus pormenores la infame matanza del cerdo, como yo la he presenciado en mi lugar siendo niño todavía: aquel río de sangre brotando con ímpetu de la herida garganta y cayendo en un lebrillo, donde una robusta moza le agitaba para que no se cuajase; la más gentil zagala se entretenía en menear el rabo al cerdo para que se desangrase mejor, y el cerdo daba roncos, lastimeros y desgarradores gruñidos. ¿No sería posible valerse del cloroformo o de otro eficaz anestésico para ejecutar tan cruenta operación sin que la víctima padeciese? ¡Quién sabe!

A los dos minutos se presentó otra vez Chinto, cargado con los chismes de la barquillería, tenazas, cargador, lebrillo, y hasta un haz de leña; Amparo se puso en actitud defensiva cuando le vio blandir en el aire los hierros; mas no fue sino para desunirlos con fuerza bovina y tirarlos a un rincón desdeñosamente; y en seguida, juntando las tarteras, la leña y el cañuto de hojalata, lo pateó todo hasta reducir a añicos los cacharros y a un bollo informe el reluciente tubo.

Los hombres tiraban de sus cucharas de cuerno, formando amplio círculo en torno de él. Eran tantos, que para no estorbarse se mantenían a gran distancia del lebrillo. Cada cucharada era un viaje. Debían avanzar, encorvarse sobre el barreño, que estaba en el suelo, coger la cucharada y retirarse a la fila para devorar las sopas, de una tibieza repugnante.

Yo le contar en la fuente mientras daba agua a sus mulos, y haciéndose cruces, la indignación que le causó, cuando servía en Córdoba a una marquesa, el averiguar, estando él en la cocina, que llevaban a dicha señora un enorme lebrillo y dos grandes jarros de agua a su cuarto. "¿Qué harías le preguntó una chica si tu mujer emplease también un lebrillo por el estilo?"