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María y S. Bartolomé; allí el castillo y palacio de los condes de Altamira nos trae á la memoria la magnánima defensa que contra la acometida del rey moro Mohammad hicieron los caballeros Alonso Perez de Saavedra su alcaide, el señor de Cañete Fernando Alonso de Córdoba, Payo Arias de Castro, señor de Espejo, y Juan Martinez de Argote, señor de Lucena.

Empezaba a anochecer y encendió un velón de los antiguos de Lucena, puesto sobre una mesa, en la que se veía un tintero de loza enorme, con una pluma no más larga que un dedo. Allí hacía él sus cuentas, y en un armario inmediato estaban «los libros», de los que hablaba Rafael con cierto respeto. Cada gañán tenía su cuenta.

Mi familia se estableció más tarde en Lucena, provincia de Córdoba, centro floreciente de las academias y liceos judaicos, donde las ciencias y las artes se cultivaron con abundante fruto. De allí salieron médicos, astrónomos, hombres de Estado y ministros de hacienda para multitud de monarcas, cristianos y muslimes, de los que reinaron en la península.

Aunque sea mala comparación, nadie, que no esté demente, compra un rico vaso de china, un artístico jarrón de porcelana de Sevres para ponerle en el corral y echar en él afrecho que coman las gallinas. Para esto basta y sobra con un lebrillo o con un tinajón de Lucena. El vaso artístico requiere un bello salón donde colocarle: pide flores peregrinas que luzcan en él.

En aquel sitio, tan encantador como modesto, era recibido don Paco. Todavía allí, a la luz de un bruñido velón de Lucena, de refulgente azófar, se jugaba al tute en una mesilla portátil, pero no con la persistencia que bajo techado. Otras distracciones, casi siempre gastronómicas, suplían la falta del juego.

Los rabinos ilustres, los filósofos y los doctores musulmanes, arrojados de Andalucía por el fanatismo de los almohades, tuvieron franca acogida y lograron protección generosa en las cortes de los reyes de Aragón y Castilla. Así, las célebres escuelas de Lucena y de Córdoba vinieron á trasladarse á Barcelona y á Toledo.

Candido, Cunegunda y la vieja atravesáron á Lucena, á Cilla, y á Lebrixa, y llegaron en fin á Cadiz, donde estaban armando una esquadra para poner en razon á los reverendos padres jesuitas del Paraguay, que habian excitado á uno de sus aduares de Indios contra los reyes de España y Portugal, cerca de la colonia del Sacramento.

Otros historiadores afirman que vinieron judíos á España con su capitan Pirro en este tiempo, i que poblaron en dos partes: una llamada Toledo i otra Lucina ó Lucena. Pero todas estas noticias van separadas de la verdad muchas leguas de camino. La cierta i mas acreditada es que los que escaparon de la muerte en la toma de Jerusalen fueron llevados en cadenas á Babilonia.

Una de ellas, creyendo el asiento más alto, se sentó de golpe sobre un montón de tejas. Eran de las macizas y mejores de Lucena. Tres vimos rotas. Ella nos dijo con encantadora modestia que ya, antes de la caída, lo estaban. No se entienda, por lo dicho, nada que amengüe o desfigure en lo más mínimo la esbeltez y gentileza de mis paisanas.

Al volver de la toma de Sevilla hizo D. Gutierre con su cabildo un nuevo Estatuto, á 1.º de abril de 1249, dividiendo en dos partes iguales todos los derechos, tierras, castillos y heredamientos de dentro y fuera de Córdoba y su obispado. Al obispo tocaron Lucena y Bella con otras posesiones, y al cabildo otras con el castillo de Tiñosa, que volvió despues á la corona.