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Por de pronto, se encontró allí con amigos de su mayor intimidad; como que eran Leticia, su marido y el subsecretario de Gobernación; y ya se supondrá que no cuento este hallazgo entre los sucesos graves a que me he referido, aunque alguna gravedad revestía la altivez del continente de la primera, frente a la actitud algo airada y como rencorosa del tercero; pero más grave fue una estocada que este funcionario español atizó, en la madrugada del día siguiente, a un príncipe ruso bruñido a la francesa, que campaba en el sitio por su riqueza, por su boato y hasta por su estampa original y castiza.

En los fustes de las que no si llamar columnas, se ven enredadas hojosas vides de tamaño natural, con sus racimos correspondientes; todo ello dorado y luego bruñido. Las gigantescas estatuas de los cuatro Evangelistas, que también forman parte de la composición, parece que cruzan un páramo en día de mucho viento: ¡tan infladas y revueltas están sus vestiduras!

No vayáis tampoco, según el uso escandaloso de los novelistas de nuevo cuño, a profanar los textos sagrados de la Escritura. ¿Hay cosa más escandalosa que ver en un papelito bruñido y debajo de una estampita deshonesta las palabras mismas de nuestro Señor, tales como: «mucho le será perdonado, porque amó mucho», o aquellas otras: «el que se crea sin culpa, tírele la primera piedra?» ¡Y todo ello para justificar los vicios! ¡Eso es una profanación! ¿No saben esos escritores boquirrubios que aquellas santas palabras de misericordia recaían sobre las ansias del arrepentimiento y los merecimientos de la penitencia?

No había guardia, ni portero, ni criados que impidiesen la entrada, y la chica, que no era corta, y que además sentía el estímulo de la curiosidad y el deseo de albergarse y de comer algo, traspasó los umbrales, subió por una ancha y lujosa escalera de bruñido jaspe, y empezó a discurrir por los más ricos y elegantes salones que imaginarse pueden, aunque siempre sin ver a nadie.

Bien se echaba de ver que no había despertado en aquel momento. El sueño dulce de la juventud no arrebata de tal suerte las mejillas; no infunde en los ojos semejante brillo ni deja, sobre todo, tal expresión aciaga sobre el rostro. Por delante de aquellos ojos inmóviles y resplandecientes como el acero bruñido había desfilado durante la noche una procesión de fantasmas.

Allí había un yelmo, una coraza, una gola y grebas, con un par de manoplas, y colgando debajo una espada; todo, y especialmente el yelmo y la coraza, tan perfectamente bruñido, que resplandecían con un blanco radiante, iluminando el pavimento.

Era un cerro desnudo y esbelto, brillando al sol como una placa de metal bruñido; una garganta, estrecha y sombría como una profunda herida de estileto en el corazón de la montaña; una cascada cayendo de golpe de una altura enorme, sin gracia y sin majestad, con una brutalidad feroz; un río corriendo silencioso y libre a cien metros bajo mis pies, en el seno de un cauce inmenso, de orillas torturadas por el torrente pasado, o por fin, un valle muerto y helado, sin una planta, sin un arbusto, sin un eco.

El vehículo era un inmenso cajón: los de los días gordos estaban adornados con placas de carey. Por lo común las paredes de los ordinarios eran de nogal bruñido, ó de caoba, con finísimas incrustaciones de marfil ó metal blanco. En lo profundo de aquel antro se veía el nobilísimo perfil de algún prócer esclarecido, ó de alguna vieja esclarecidamente fea.

Entonces se manifestaba la Esfera Sublime, cuya esencia está inmune de materia, y no es la esencia del Ser Único ni la de la Esfera misma, sino que es a la manera de la imagen del sol en un espejo bruñido, que no es el espejo ni el sol, ni tampoco nada diferente. El mancebo quedose confuso. Acababa de escuchar expresiones de la mística cristiana.

En su rabia, Gláfira insulta a Abu Hafáz y quiere matarle con un puñalito que lleva en la cintura. El la desarma y le paga su beso y sus insultos con un beso de vampiro. Se le ha dado en el blanco cuello; y a la luz de una lámpara, en un espejo de acero bruñido, hace que ella mire la huella que en su cuello ha dejado. Es el sello le dice de que eres mi esclava.