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Alhakem, encantado y seducido por su talento y por su hermosura, la había hospedado en su alcázar. Ella soñaba con ser la favorita y la reina en el imperio de los Omniadas. El irresistible capricho de poseer la tela y cierto anhelo casi inconsciente, que le había infundido el joven mercader, atrajeron a Gláfira y la impulsaron a dar el precio que se le pedía.

Llevaba siempre consigo a Gláfira, mantenía su promesa jactanciosa de hacerla reina, y ahora esperaba hacerla reina en su patria, mucho antes de que se le borrase el apasionado signo de esclavitud que le había puesto en el cuello. Creta estaba en poder de los bizantinos cuando los forajidos andaluces desembarcaron en sus costas.

Llama más ardiente y más dominadora encendió el beso en el corazón de Abu Hafáz en vez de aquietarle. El era atrevido y capaz de arriesgarlo y de aventurarlo todo, confiado en la pujanza de su ánimo y juzgándose con bríos para allanar montes de dificultades. Resolvió, pues, guardar a Gláfira en su casa como prenda suya, sin soltar la esclava para que no descubriese el secuestro.

En su rabia, Gláfira insulta a Abu Hafáz y quiere matarle con un puñalito que lleva en la cintura. El la desarma y le paga su beso y sus insultos con un beso de vampiro. Se le ha dado en el blanco cuello; y a la luz de una lámpara, en un espejo de acero bruñido, hace que ella mire la huella que en su cuello ha dejado. Es el sello le dice de que eres mi esclava.

Gláfira fue reina, como Abu Hafáz se lo había prometido. La marca no desapareció hasta mucho después que Gláfira había subido al trono. Y el hijo de Gláfira y su nieto y su biznieto reinaron en Creta, porque su dinastía duró dos o tres siglos.

En su agreste retiro, la familia de Gláfira se había resistido a hacerse cristiana y guardaba vivos y frescos, por tradición, los recuerdos del paganismo. Hasta se jactaba de poseer virtudes mágicas y prendas sobrenaturales, adquiridas por iniciación en venerandos y primitivos misterios.

El mercader averigua entonces que ella está en el harén del sultán, de donde ha salido a hurtadillas, mientras el sultán está en la sierra cazando jabalíes. Ella se llama Gláfira. Es natural de una pequeña aldea situada en la falda del monte Ida. Aunque su familia era pobre, presumía de alta y antigua nobleza. Su estirpe se remontaba a las edades míticas.

Abu Hafáz los dirigía y capitaneaba. Esto fue al día siguiente del secuestro de Gláfira. La guardia del rey y los demás armados de la guarnición fueron dos o tres veces vencidos y rechazados, teniendo que refugiarse en el alcázar. La muchedumbre le sitiaba y se aprestaba a dar el asalto, Alhakem receló que aquello iba a ser el fin de su reinado y de su vida.

Afirmaba Gláfira que uno de sus progenitores había sido Epiménides, sabio, legislador, poeta y profeta, diestro en el arte de suspender la vida, permaneciendo aletargado en profundas cavernas, para conocer por experiencia el sesgo y tortuoso curso que llevan al través de los siglos los sucesos humanos. Gláfira había perdido el secreto de las artes mágicas, pero tenía no pocas habilidades.

Al saber la determinación de Abu Hafáz, Gláfira se enfurece: dice que la que espera ser reina de Hesperia, de las islas adyacentes y de parte del Magreb, no puede resignarse a ser esposa o amiga de un mercader cualquiera, de un plebeyo renegado de la vencida y dominada raza española. Considera además delirio lo que Abu Hafáz pretende. Pronto llegaría a saberlo el sultán y tomaría cruda venganza.