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Actualizado: 2 de septiembre de 2025


Don Diego, como queda dicho, llevó á D. Fadrique á la ciudad. Tenía D. Fadrique trece años, pero estaba muy espigado. Como iba de visitas de ceremonia, lucía casaca y chupa de damasco encarnado con botones de acero bruñido, zapatos de hebilla y medias de seda blanca, de suerte que parecía un sol.

Ya en varias ocasiones anteriores había ocupado esta misma pieza, y la conocía bien, con su gran cama antigua, tallada, de cuatro pilares, sus anticuados tapices y colgaduras, cómodas y guardarropas de estilo rey Jacobo y su cielo raso de roble bruñido. Después de hacerme una ligera toilette, volví a reunirme en la biblioteca con mi elegante y delicada joven huéspeda.

No faltan allí en verdad reliquias de grandes construcciones, y cuando otra cosa no hubiera, bastaria un soberbio ramal de acueducto que sale del costado de oriente de la indicada plaza en direccion S-E., todo revestido interiormente de durísima costra de betun liso y bruñido como escayola, para persuadirse de la gran probabilidad de poder exhumar en este parage muchos tesoros del arte.

Las comadres del barrio corrían para contemplar de cerca al capitán, deslumbrante de bordados de oro, con un coselete de metal bruñido y un casco del que se derrumbaban en cascada las plumas blancas, reflejando sobre la limpidez de su acero todas las luces de la procesión. Era una fantasía suntuaria de pielroja; un traje principesco tal como lo podría soñar un araucano ebrio.

Las familias, que apenas se han visto en la semana, se reúnen a la salida de la iglesia para ir a saludar a la madre ciega, a la hermana enferma, al padre achacoso. Los viejos ese día se remozan. Los veteranos andan con la cabeza más erguida, muy luciente el chaleco blanco, muy bruñido el puño del bastón. Los empleados parecen magistrados.

Era el primero de ellos un caballero armado de punta en blanco, que montaba brioso corcel negro con blanca estrella en la frente. Parecía el jinete de corta estatura pero robusto y ancho de hombros, y llevaba calada la visera, sin empresa ni blasón sobre el blanco arnés ni el liso y bruñido escudo.

Á se me ocurrió la siguiente quintilla, sin embargo de no pertenecer al gremio de los trovadores. Vuelves el rostro bruñido; ¿Qué se te perdió, doncella? Y contestó un atrevido: «No, nada se la ha perdido, Es que se ha perdido ellaSeguimos hasta la calle de Richelieu, y al doblar á mano derecha, como quien va al boulevart de los Italianos, vemos dos señoras que se apean de un coche.

En aquel sitio, tan encantador como modesto, era recibido don Paco. Todavía allí, a la luz de un bruñido velón de Lucena, de refulgente azófar, se jugaba al tute en una mesilla portátil, pero no con la persistencia que bajo techado. Otras distracciones, casi siempre gastronómicas, suplían la falta del juego.

En cambio el hermano lego Atanasio, que durante un cuarto de siglo había limpiado y bruñido el pesado aldabón de bronce de la abadía, declaraba con asombro que jamás había presenciado convocación tan extemporánea y urgente de todos los miembros de la comunidad.

De nuevo el reloj de la caballeriza dio la hora, la media, y creo que después debí dormitar un rato, porque me desperté súbitamente al sentir unos leves pasos furtivos sobre el bruñido piso de roble delante de mi puerta. Escuché, y distintamente que alguien se deslizaba suavemente y bajaba por la gran escalera, que crujía muy despacio.

Palabra del Dia

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