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Y nunca se la había visto en público tan serena, tan elegante, tan hermosa, ni tan envidiada, como se la vio después del «grave suceso», ni se había mostrado delante de la gente tan expresiva ni tan afable con el subsecretario de Gobernación, ni tan atenta y cortés con el príncipe ruso, que, por cierto, no tardó tres días en largarse de allí.

En esto entró Juan, y él y su pariente se dieron los abrazos de ordenanza. Para ponerse a almorzar no faltaba más que Villalonga. «¿Pero qué? dijo el Delfín , ¿le esperamos? Sabe Dios a qué hora vendrá. Anoche se retiraría a las tres de la tertulia del Ministro de la Gobernación, y estará todavía en la cama».

Mientras las luchas religiosas desgarraban el seno de Francia; mientras gemía la Alemania bajo el peso de la guerra de los treinta años, gozaba España de paz y tranquilidad interior, cuyo bien, aunque comprado á costa de la libertad y del progreso en la gobernación del Estado, no deja también de ofrecer ventajas relativas, comparándolo en sus inmediatos efectos con los debidos en aquellos países á las guerras de religión.

Si es para asesinarlo le dije me parece absurdo. Aunque llevara usted luego su pelleja al Ministerio de la Gobernación, no creo que el asesinato de un intelectual pudiese producirle siquiera lo necesario para cubrir gastos. Los intelectuales, en este país, se cotizan a menos que los conejos.

¡Hombre, por Dios! ¿Quién dice? ¿El Duque de Sexto? Usted se empeña en no pasar del año de la Nanita. Si eso es del tiempo de la guerra de África, Sr. de Ponte, o poco después afirmó el de los caracoles . Yo me acuerdo... cuando la unión liberal... Era Ministro de la Gobernación D. José Posada Herrera.

Al ruido de la campanilla acudió Kate, la doncella inglesa de la señora. ¿Quién está con el señor? preguntó a esta. El señor ministro de la Gobernación... El señor duque de Bringas y don Juan Velarde juegan en el billar. Dile a don Joselito que no recibo a nadie... Tengo mucha jaqueca. Kate pareció titubear un momento y se decidió al fin a decir tímidamente: ¿Ni tampoco a don Juan Velarde?...

Y luego una voz perturbada murmuró: ¿El señor Teodoro? ¿El señor Teodoro, del Ministerio de la Gobernación? Me levanté lentamente sobre mi cama, y, respondí bostezando: ¡Soy yo, caballero! El individuo inclinó el espinazo, como a presencia del Rey Bobo se arquean los cortesanos. Era pequeño y gordo: venerables lentes de oro relucían en su faz bonachona, que parecía la personificación del Orden.

En vista, pues, de la anterior consideración, yo tengo por evidente que el pobre ganapán, el obscuro y desvalido destripaterrones, está por lo menos tan interesado como el Fúcar o el Creso, en la prosperidad y buena gobernación de la república.

Pero Dios Nuestro Señor que había tomado á su cuenta el castigo de las maldades de aquellos malvados, quiso que pagasen ahora la pena, y singularmente los capitanes, que aquí quedaron muertos, pagando juntamente de una vez todas las deudas de las iniquidades que habían cometido en la destrucción de los pueblos de Villarica del Espíritu Santo en la gobernación del Paraguay, disponiendo fuese la victoria, no á costa de mucha sangre de ambas partes como se pensaba, sino á costa de los nuestros y á mucha de los enemigos; porque mientras un indio intimaba el orden á los enemigos, adelantándose ciertos soldados para recibir las armas de los capitanes, un criado de éstos les detuvo disparándoles un fusilazo, matando á uno de ellos.

De Real órden comunicada por el Señor Ministro de la Gobernacion de la Peninsula, lo digo á V. E. para su inteligencia y efecos correspondientes. Lo traslado á V. S. para su debida noticia, fines subsiguientes y por respuesta á su atento escrito de 7 del corriente, relativo al particular de que hecha mencion. Dios guarde á V. S. muchos años. Zaragoza 21 de Julio de 1844. Manuel Breton. Sr.