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Las levantadas olas y el ruido Del atrevido viento detenia Los cosarios baxeles en los cabos, Sin dexarles salir al mar á viento, Y en otra parte con furor insano Mostrando su braveza fatigaba Una galera de cristiana gente Y de riquezas llena, que corriendo Por el hinchado mar sin remo alguno Venia á su alvedrio, temerosa De ser sorbida de las bravas hondas; Pero despues al cabo de tres dias Del recio mar y viento contrastada, Descubrió tierra, y fue el descubrimiento De su mayor dolor y desventura, Porque á la misma isla de San Pedro Vino á parar, á donde recogidos Estaban los baxeles enemigos, Los quales, de la presa codiciosos, Salen, y de ardor belico adornados A la galera acometen destrozada, Y de solos deseos defendida: Una pelota pasa en el momento Al Capitan el pecho, y á su lado Del Lusitano fuerte muerto cae Un caballero ilustre Valenciano.

Al alba, vencidos por el cansancio de aquella larga y angustiosa velada, se quedaron dormidos; pero su sueño duró poco, pues fueron bruscamente despertados por unos gritos salvajes. Iban a ponerse en pie, cuando se precipitaron sobre ellos treinta o cuarenta papúes armados de cerbatanas, mazas y lanzas, y adornados de plumas y collares de dientes de cuadrúpedos y conchas de tortugas.

A más de mediodía volvió la custodia a la Primada. Gabriel, al pasar junto a la puerta del Mollete, vio adornados los muros exteriores con los famosos tapices. Terminados los cánticos de despedida, los sacerdotes se despojaban rápidamente de sus vestiduras, buscando la puerta a la desbandada, sin saludarse. Iban a comer más tarde que de costumbre; aquel día extraordinario turbaba su existencia.

Era Raveloe una aldea de aspecto importante, en el corazón de la cual se alzaban una bella y antigua iglesia, con un vasto cementerio, así como dos o tres grandes edificios construidos de piedra y ladrillo, cuyos techos estaban adornados con veletas y los huertos bien cercados de paredes.

El pasamano, barandilla y paredes en las mesetas, estan adornados con relieves arabescos, el techo presenta en sus bovedillas pintados haces de flechas, é intercalada la inscripcion de TANTO MONTA.

Un ardor belicoso se había despertado en los emigrantes de popa, impulsando a unos contra otros. Los rusos jóvenes, de barbas de oro y camisas rojas, boxeaban con los alemanes de brazos nudosos y blancos. Se veían narices quebradas exhibiendo los remiendos de unas tirillas puestas en la farmacia. Los más forzudos exhibían con orgullo sus bíceps adornados con tatuajes azules.

Otros eran pueblos de más edad, y vivían en tribus, en aldeas de cañas o de adobes, comiendo lo que cazaban y pescaban, y peleando con sus vecinos. Otros eran ya pueblos hechos, con ciudades de ciento cuarenta mil casas, y palacios adornados de pinturas de oro. Y gran comercio en las calles y en las plazas, y templos de mármol con estatuas gigantescas de sus dioses.

Los claustros estaban adornados con antiguos retratos faltos de valor artístico, pero de cierto interés histórico.

Un momento después abriose la puerta que comunicaba con la cuadra del baño, y el mancebo vio aparecer a la hermosa morisca, con los cabellos retenidos por linda almadraba de hilo de oro y esmeraldas redondas. Un blanco velo caía desde su cabeza hasta los anchos calzones de verde tafetán, adornados con glandes.

En una carroza tirada por cuatro bueyes vestidos con percalina roja, sus cuernos adornados con ramaje, venían tres máscaras, queriendo figurar una a Fernanda Estrada-Rosa, otra a su padre y otra a Granate. Este último traía un sombrero de cuernos. De vez en cuando se paraba la carroza y ejecutaban una farsa ridícula y grosera que hacía bramar de regocijo a los curiosos que en torno se reunían.