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Pronto con sus miradas fulmíneas derritió la triple placa de bronce que el empeño de ser consecuente había puesto en torno del corazón de Mutileder. Y Mutileder y Guadé se amaron, a pesar de Chemed y de Echeloría.

Cuando Pierrepont y Fabrice se aproximaron a la placa para fijar los cartones, advirtieron a Beatriz sentada en el campestre banco: Beatriz trabajaba en su tapicería. Los dos hombres cambiaron una mirada. Uno y otro sabían que la avenida de los arrayanes era para Beatriz un lugar favorito de paseo y de retiro.

Creía encontrar una entrada inmunda y vecindad malísima, y era todo lo contrario. La vecindad no podía ser más respetable: en el bajo una tienda de objetos de bronce para el culto eclesiástico; en el entresuelo un gran almacén de paños de Béjar, con placa de cobre en la mampara; en el principal, la redacción de un periódico religioso.

Despues de tomada esta nota, veo una enseña en el extremo del primer balcon que da á la calle de las Hijas de Santo Tomás, la cual decía: Vestidos para mujeres y niños. A su lado, casi en medio de dicho balcon, se ve tambien una gran placa dorada alrededor y bronceada en el fondo, donde tiene las armas francesas, ó un trofeo semejante.

Contábase en Madrid que el duque traía un aro de hierro con una argolla al brazo en señal de esclavitud, y que la Amparo le ataba con cadena cuando bien le placa. Algunos amigos, para cerciorarse, le habían apretado el brazo burlando y certificaban que era cierto.

El peón alzó la cabeza, y la placa dorada de su sombrero relució un instante. ¿Tendrá usted la bondad de decirme si falta mucho para la casa del señor marqués de Ulloa? ¿Para los Pazos de Ulloa? contestó el peón repitiendo la pregunta. Eso es. Los Pazos de Ulloa están allí murmuró extendiendo la mano para señalar a un punto en el horizonte.

Pero, á semejanza de ciertos enfermos que realizan los actos más contrarios á su voluntad, cuando se apartó de Alicia, haciendo gestos de protesta, sus piernas le llevaron maquinalmente hacia un diván donde estaba encogido el vejete de la barba dura, con la placa del Corazón de Jesús en la solapa, el sombrero en una mano y un gorro de seda sobre la calva. Necesito veinte mil francos.

¡Nada, nada, pone usted los puntos sobre las íes! Y al decir esto se balanceaba sobre la mecedora y echaba sus piernas didácticas al alto con tal alegría que ningún emperador la sintió mayor al poner una placa sobre el pecho de alguno de sus generales victoriosos.

Desde allá se escribía con don Rosendo, a quien obligó con más de un servicio en la lucha sin tregua que mantenía contra sus enemigos los del Camarote. Estos servicios fueron coronados, después de algún tiempo, por una gran cruz de Isabel la Católica. Al mismo tiempo que el diploma, le remitía el magnate una placa de brillantes, cuyo valor no bajaba de veinte mil reales.

Lo malo es que la gente parecía flores y las flores parecían gente. Pero yo no paré mientes en este pequeño detalle insignificante. Gente o flores, flores o gente... ¿qué importaban al mundo? Vi la placa de cobre, la insignia mortal de todas mis penas y desdichas: TUCKER Aquí está enterrado nos dijimos en silencio mi mujer y yo.